Todos los países con gran desarrollo democrático y sólidos Estados de Derecho tienen Congreso bicameral. El nuestro unicameral y de corta representatividad en relación a la población debe ser reformulado. La decisión tomada a la ligera  en un referéndum manipulado política y mediáticamente nos privó de un Legislativo avanzado con dos Cámaras. Nos toca retomar el debate. El criterio no puede ser el mayor o menor gasto, lo que interesa es el suficiente y necesario equilibrio de poderes con un Legislativo calificado, representativo y confiable.

La unicameralidad era conveniente para el fujimorismo concentrador de poder desde el autogolpe de 1992. Hasta 1990 tuvimos 245 parlamentarios con una población de 20 millones, hoy tenemos más de 30 millones y solo 130 parlamentarios. Ilógico. Muy pocos representantes desbordados por las exigencias con menos personal político y más administrativo. Lo peor es la incapacidad para equilibrar el accionar del Ejecutivo y el Judicial. En la Constitución de 1979, teníamos la Cámara de Diputados esencialmente política de lucha y censura, que podía ser disuelta, y el Senado que representaba al país, integrada por mayores calificados, experimentados y reflexivos, indisoluble. Cuando estudié Derecho en San Marcos teníamos al Senado en las aulas, nuestros notables catedráticos estaban en esa Cámara y sus anécdotas nos llenaban de orgullo y de experiencia. Tiempos lejanos que deberían volver. Para García Belaunde bien vale la inversión en dos cámaras de excelencia. El número no puede ser muy corto, los parlamentos europeos son asambleas de más de 400 personas. De un buen Senado dependerá nuestra inserción en la globalización a través de los Tratados Internacionales, el nombramiento de los altos funcionarios que requieren votación calificada y la investidura de cada nuevo gabinete. También debería decidir la vacancia presidencial por incapacidad moral debido a la subjetividad que implica. Necesitamos con urgencia un Senado con autoridad política, moral y legal. Y ojalá fuera pronto.