La marcha de hoy, denominada la Toma de Lima, tiene un objetivo central y específico que sus defensores esconden con su habitual hipocrecía: Busca muertos.

El hecho no es baladí ni trillado porque revela el sedimentado fermento que alberga a muchos opinólogos, periodistas y políticos, seudodefensores de los derechos humanos pero a los que les importa poco o nada que algunas vidas se sacrifiquen en pos de su objetivo fundamental, que es el que Dina Boluarte deje el poder. Para ello, invocan que una presidenta que alberga en su haber varias decenas de muertes por las protestas de diciembre y enero está moralmente incapacitada para tan magno cargo.

La acusación, no obstante, tiene residuos maolientes metidos debajo de la alfombra. Se esconde allí, con cinismo, la extrema violencia desatada por esas fechas, sin motivación alguna, y que quienes impulsaron este ataque demencial lo hicieron con el propósito de socavar la legitimidad del régimen.

Por supuesto que las muertes se deben investigar para hallar a sus responsables, pero si no hay hasta ahora alguna evidencia que vincule a la propia Boluarte con una orden de detonante mortal, ¿por qué se atribuyen el derecho de imponer un adelanto de elecciones? Los que marchan ahora no salieron a las calles a protestar por el régimen delincuencial de Pedro Castillo y no se les movió un músculo cuando el Estado era levantado, literalmente, por una organización criminal. Y ahora mucho menos les importa los ecos de la implacable recesión que se avecina y el daño que estas movilizaciones le hacen a la economía, paralizando sectores vitales y socavando los ingresos de los más pobres, de aquellos que habitan en la informalidad y que se generan sus ingresos día a día. 

Allí están, otra vez, Verónika Mendoza, Indira Huilca, Mirtha Vásquez, Sigrid Bazán, Aníbal Torres, Vladimir Cerrón, entre otros, y una pléyade de socialconfusos, con su agenda maquiavélica y anarquista de siempre traicionando los intereses del país.  Allí están otra vez los que acribillan tenaz y soterradamente todo aquello que no coincida con su ideología.