Se equivoca profundamente todo aquel que sostenga que la reforma de la educación tiene que hacerse de espaldas a los actores. Esta visión estatista y planificadora nace de una premisa falsa: la reflexión en los laboratorios del Estado es superior a la realidad. Lo cierto es que toda política pública que nace ignorando la realidad está condenada al fracaso, y esto lo saben bien los maestros peruanos, que han entregado sus vidas a cambio de un sueldo miserable y padeciendo durante décadas el abandono y las malas prácticas del Estado. Si la educación peruana se encuentra en el fondo de los rankings es, sobre todo, por culpa de una izquierda utópica y voluntarista que ha fallado en el diseño y en la implementación de reformas realistas. En el diseño, porque ignora la opinión de los actores. Y en la implementación, porque carece de los gerentes que resuelvan los problemas del día a día.

Ninguna reforma será posible sin contar con los maestros, los padres de familia y los alumnos. Las reformas exitosas están vinculadas al principio de realidad. Salvo la realidad social, todo es ilusión. Planchar la calle, recorrer el Perú en sus miles de contrastes, enfrentarse al problema cara a cara, esa es la clave para comprender qué debe mejorarse y cómo. La izquierda ha fracasado en este país porque ha preferido el diagnóstico al problema real. Ha preferido el espejismo de la teoría al desafío de la realidad. Un partido popular solo puede arraigarse en el tiempo si soluciona los problemas de la gente, los problemas reales, no los espejismos diagnosticados en consultorías que cuestan mucho y valen poco.

El partido que desarrolle una política basada en la realidad, una política realista y objetiva, logrará consolidarse como alternativa histórica y derrotar a sus enemigos. El pueblo es el maestro de la reforma: conoce el problema, intuye la solución.