En una democracia donde impera la ley, solo el Estado tiene el monopolio de la violencia legítima. Este axioma fundamental del rule of law ha sido desafiado una y otra vez por diversas ideologías que aspiran a capturar el Estado para instrumentalizarlo, fomentando el sectarismo y apelando a la revolución. Antes, hace apenas unas décadas, se predicaba el caos terrorista desde diversas tribunas aparentemente racionales. Hoy, por el contrario, se utiliza el pensamiento débil para minar la arquitectura institucional y así preparar el camino para la irrupción del terror. No nos engañemos, allí donde se promueve el sectarismo, tarde o temprano se apela al terror. Todos los totalitarismos se parecen, todos son semejantes en su radicalismo siniestro: o te sometes o serás eliminado por ser un enemigo del pensamiento único.

La peor forma de responder a un radicalismo es construyendo otro radicalismo. Los radicalismos tienen que ser combatidos en todos los terrenos, por supuesto, pero también han de ser impugnados en el ámbito del pensamiento político. Y allí la educación juega un rol esencial. Cualquier intento de imponer un pensamiento único naufraga, pronto, en un totalitarismo de signo inverso, con todo lo malo que ello conlleva. Estos adanismos políticos son propios de todas las sociedades y la tentación de implantar pirámides en lugar de ágoras se multiplica a pesar de la aparente sofisticación de la vida social. Aterra pensar en la férrea defensa que hacen tantos de esa esclavitud voluntaria de todo aquél que abraza una ideología falaz.

Somos actores del tiempo. Por eso, necesitamos vigilar qué historia reciben nuestros hijos. Solo apelando a la verdadera memoria construiremos un futuro digno para nuestro país.

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