Hace unos días pude vivir una experiencia maravillosa al ver, un domingo cualquiera, cómo la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México interviene los espacios públicos para llevar a la ciudadanía eventos y propuestas culturales a nivel masivo de manera sencilla y efectiva. Se trata de actividades que involucran e invitan a la población a disfrutar de diversas manifestaciones artísticas, como tomar la Alameda Central y los alrededores del Palacio de Bellas Artes para instalar una gran carpa y una pantalla led de grandes dimensiones, donde se transmite un concierto completo de música clásica interpretada por la Orquesta Filarmónica; o paseos guiados gratuitos por la historia de México a través de sus pintores; o las visitas gratuitas a los museos del Centro Histórico los domingos; a lo que se suman las librerías del centro que ofertan libros a menos precio para incentivar la lectura. Es decir, una verdadera fiesta que se vive cada domingo y donde cientos de mexicanos y visitantes disfrutan plenamente.

Mientras hacía la molesta comparación, era inevitable llegar a la conclusión que todo parte de la cabeza, es decir de autoridades que les interese la cultura y que la difundan a través de propuestas creativas pero efectivas, que involucren la participación de las instituciones públicas y privadas.

Me pregunto si es posible hacer eso con autoridades como las que tenemos, con un alcalde que levanta un mamarracho al que bautiza como “Palacio de Bellas Artes”, que tiene olvidado el depósito… perdón, el Museo Municipal o que alquila el Teatro Municipal para eventos gastronómicos. Sí pues, en nuestro país la cultura es la última rueda del coche.