Es cierto que Dina Boluarte se excedió en su Mensaje a la Nación y que abarcó una serie de espectros que bien podría haber obviado para centrarse en lo urgente que requiere el país. La engorrosa relación de medidas para temas tan diversos hicieron parecer que buscaba sorprender a la platea y no quedó claro al final de dónde sacaría los ingentes recursos que se requieren si quiere cumplir con todo lo ofrecido.

Desde la lucha contra el cáncer o la puesta en funcionamiento de 307 centros de salud mental hasta la construcción de hospitales en todo el Perú, la edificación de dos cárceles en la capital, el cierre de la brecha de infraestructura a través de la Autoridad Nacional para la Infraestructura (ANIN), el Anillo Vial para Lima Metropolitana o un aeropuerto en las profundidades del VRAEM acercaron mucho su discurso, que debió ser eficaz, específico y pragmático en una aspiración de objetivos que lindan con el populismo. La palabra no es casual y suele ser peligrosa en diversas circunstancias:

Cuando se es Gobierno o se está en campaña. Bien lo sabe el alcalde Rafael López Aliaga, que sigue metido en un embrollo con su intento de tomar por asalto los peajes de Rutas de Lima con el claro propósito de cumplir su ambiciosa promesa electoral. He allí el problema.

Los ofrecimientos que no se cumplen generan crisis políticas. En el caso de López Aliaga, de acometer su oferta, el mensaje sería lapidario para el país y sus inversiones por más que Brookfield se haya hecho del negocio con Odebrecht luego de una extraña triangulación pintada de corrupción.

Un arbitraje podría hacer perder miles de millones de soles a todos y sería un monumento a la irresponsabilidad. Y es que los populismos cuestan y pasan factura. Es hora de entenderlo en todos los rincones del país pero con mayor énfasis en la Plaza de Armas.