En el plano político del país están pasando dos cosas en paralelo. Por un lado, las investigaciones que encabezan la Fiscalía y la prensa independiente esclarecen cada día más los vínculos entre la familia presidencial y escándalos de corrupción. Por el otro, Castillo se siente cada día más cómodo en la presidencia y ha aprendido a confrontar y utilizar el discurso de la victimización para apelar a sus bases y mantener un 20%-25% de respaldo que le permite respirar.

¿Cómo pueden ser compatibles estas dos situaciones? Para empezar, por más graves que sean las revelaciones, no parecen generar la irritación colectiva que gatillaría la movilización de las calles. Los peruanos somos enormemente tolerantes a la corrupción. Si bien reconocemos que es un problema grave, parece no ser suficiente para movilizarnos. Luego, tenemos a un presidente que -después de un año de aprendizaje- está logrando maniobrar políticamente mediante un discurso de empecinada negación, victimización, y coqueteo con organizaciones sociales de base, que le está permitiendo mantener una popularidad estable. Finalmente, en el Congreso aún no existen los consensos que asegurarían los 87 votos para vacar al presidente. ¿A qué nos lleva todo esto? A la parálisis y la inercia.

Puede que el cerco fiscal se cierre cada vez más alrededor de Castillo. Pero la Fiscalía de la Nación y la prensa no son suficientes para sacar al presidente del cargo. Se necesita voluntad política desde el Congreso y movilización de la ciudadanía. Hasta que eso no ocurra, podemos confiar en que no habrá mayores cambios.