Una de las acusaciones más graves que actualmente descansa sobre el sombrero de Pedro Castillo es la de haber plagiado en su tesis de maestría, elaborada junto a su esposa y actual primera dama, Lilia Paredes. Más allá de los delitos que este potencial plagio represente, la ironía está en lo simbólico. Un profesor, el presidente de un país, ¿burlando a tal punto la integridad académica? ¿Trivializando la educación por la que él dice velar? Es demasiado. Y, sin embargo, es tolerado. ¡¿Cómo puede ser?!

Hay vías oficiales que esta investigación debe seguir. El Ministerio Público ha abierto una investigación por los delitos de plagio y por falsedad genérica. Esto seguirá su curso y eventualmente se determinará si hubo o no -y hasta qué punto- plagio en la tesis. Pero la opinión pública tiene su propio ritmo y marca su propia agenda, y este tema parece no haber generado demasiada indignación. ¿Tan acostumbrados estamos a que nos mientan?

Hace un mes, cuando Castillo tomó una decisión arbitraria y decretó la inmovilización social (encierro) por un día entero, generó tal indignación que se gestó una manifestación masiva y orgánica contra las acciones del presidente. Ahora que se le acusa al mismo presidente de haber plagiado en su tesis, la reacción es muy diferente. No parece importar tanto.

Sin embargo, si lo ponemos en una balanza, el plagio termina siendo más grave. Habla de la calidad moral del presidente; de su integridad. Si se determina que hubo plagio, habría una razón legítima y válida para vacarlo por incapacidad moral. ¿Pasará? No lo sabemos.

En todo caso, los peruanos tenemos que empezar por darle a esta acusación la atención que merece. Indignémonos. No podemos tener un presidente que normalice la deshonestidad intelectual. Reaccionemos.