El 2023 que está próximo a terminar bien podría resumirse con la frase “estamos mal, pero podríamos estar peor”. Ha sido un año sin Pedro Castillo en el poder y eso no es poca cosa. No tuvimos un régimen plagado de terroristas encubiertos, ni ladrones de cuello y corbata fungiendo de ministros, ni familiares del presidente metiendo sus uñas mugrientas en negocios hediondos con la complicidad del Estado, ni un profesor con signos exteriores de retraso mental ensayando un discurso ininteligible sobre la vitalidad/mortalidad del pollo. No tuvimos, en suma, una organización criminal encaramada en el poder para considerar el país como el botín anhelado. Nos libramos, el 7 de diciembre de 2022, de un inútil aprendiz del asesino de Nicolás Maduro o del delicuente de Daniel Ortega. Y repito, nada de eso es poco porque, además, el truhan está preso y va a pagar con creces sus desatinos, lo cual hace bien al alma pues reverdece la idea de que existen algunas zonas grises en las que nuestra precaria institucionalidad funciona y coloca las cosas en su lugar. La pregunta es: ¿Y qué tenemos ahora? Sí, es cierto, no da el régimen de Dina Boluarte para encender las guirnaldas del optimismo pero por lo menos carece de gran parte de todo lo anterior y eso ya es bastante. No obstante, es un Gobierno que aún genera desconfianza porque heredó el nocivo tufo izquierdista que todo lo contamina. Superar este resquemor será el gran reto para un complicadísimo 2024 que seguirá careciendo del motor de la economía china. Un año para nadar contra la creciente ola delictiva, sostener al Niño, revertir la tendencia y no dejar de rezar. Un nuevo año que obliga otra vez a tomar prestada la frase de Churchill e intentar avanzar ofreciendo solo sangre, sudor y lágrimas.