La semana pasada, la izquierda salió a las calles tras el fallo del Tribunal Constitucional que ratificó el indulto otorgado a Alberto Fujimori en el 2017. Nuevamente, se comprobó que la única causa que moviliza a la izquierda peruana es el apellido Fujimori. No la corrupción, no la mala gestión, solo Fujimori.

En los meses desde que Castillo asumió la presidencia ha habido suficientes escándalos para ameritar indignación colectiva: desde los 20 mil dólares hallados en Palacio de Gobierno cuando Bruno Pacheco era secretario general, hasta las reuniones “extraoficiales” en la casa de Breña. En medio de todo eso, tenemos decenas de nombramientos en altos cargos de personas poco apropiadas, con cuestionamientos que van desde lo moral hasta lo penal. Sin embargo, nada de esto fue suficiente para encender la calle. Solo la liberación de Alberto Fujimori gatilló que las izquierdas de todos los tintes se unan nuevamente en protesta.

A estas alturas ya es evidente que no tenemos una izquierda a la que verdaderamente le importa el bienestar de los peruanos, o si quiera la igualdad. Tenemos una izquierda a la que solo le importa tener autoridad moral a partir de una narrativa que ellos han construido, y esa narrativa es lo único que los moviliza como colectivo. A la izquierda peruana -lamentablemente- le importa por sobre todas las cosas ser dueña de la historia y de la moral. Es una pena, porque una izquierda que verdaderamente luchara por las causas que defiende sería digna de respetar. Pero no. Lo que tenemos es una izquierda que solo salta por Fujimori. Y ante Fujimori, todo lo demás se opaca.

Nada es eterno, y Fujimori tampoco lo será. Todos los males del Perú no se podrán culpar para siempre en ese apellido. ¿Qué hará entonces la izquierda?