​Sully: Hazaña en el Hudson
​Sully: Hazaña en el Hudson

Clint Eastwood, el más veterano realizador en actividad de la industria cinematográfica hollywoodense, desarrolla en su más reciente película una historia verídica y emocionante, de esas que seguramente le habrían interesado al mismísimo John Ford. Porque de eso trata “Sully”, de la aventura emocional y personal de un héroe norteamericano de nuestros tiempos. Chesley Sullenberger, el experimentado piloto de aviación comercial que salvó la vida de 155 personas, entre pasajeros y tripulantes, al descender la dañada aeronave bajo su mando sobre el río Hudson en enero de 2009.

“Sully” es el largometraje de menor duración de los 35 dirigidos por el viejo Clint en más de 45 años como cineasta. No ha necesitado más que 93 minutos para dramatizar una historia verídica con ese clasicismo que lo caracteriza. En los tiempos actuales en que aparecen nuevos directores -experimentales- que hacen películas de 4, 5 y hasta 8 horas, el curtido Eastwood les enseña -como maestro que es- que no se necesita tanto metraje para narrar de manera consistente y convincente.

Que quede claro que “Sully” no es una de las grandes cintas de Eastwood, incluso podría calificársele tranquilamente de 'filme menor'. Pero ya quisieran muchos cineastas de hoy tener la categoría, la sapiencia, para hacer un 'filme menor' como el del entrañable Clint. Relato que se ampara sólidamente en las actuaciones de Tom Hanks (el piloto Sullenberger) y Aaron Eckhart (el copiloto Jeff Skiles), a la cabeza de un nutrido reparto en el que importan igualmente las caracerizaciones de los pasajeros y el resto de tripulantes del avión, por más breves que sean.

DE LA PESADILLA AL HEROÍSMO. La película se inicia con una terrible pesadilla del protagonista. El percance ha pasado, pero la crisis emocional persiste. Lo que interesa entonces es la reconstrucción de los hechos a partir de situaciones puntuales como, por ejemplo, las audiencias investigadoras a las que 'Sully' y su copiloto tienen que asistir ante la duda de que obraron de acuerdo a los protocolos aeronáuticos y podrían haber provocado una mayúscula tragedia. También interesa el pasado de 'Sully', sobre todo el de su entrenamiento como piloto militar, debidamente apuntado en un breve flashback.

Resulta primordial, asimismo, el aislamiento de 'Sully' y Skiles en un hotel hasta que los investigadores determinen si lo que hicieron fue correcto o no. A la insensible burocracia de las aseguradoras parece importarle más que la aeronave haya quedado inservible y no la vida de los pasajeros. Esta crítica situación y el hecho de solo poder comunicarse con sus familares a través de la línea telefónica sirve para generar una crucial tensión.

Con la absoluta serenidad de los que han vivido bastante y saben más, Eastwood articula las varias aristas del drama desde la óptica de lo cotidiano, sin exaltaciones o exabruptos, recomponiendo el accidente varias veces y desde distintos ángulos, de modo tal que ningún detalle se escape. La audiencia final en que se revela la carencia del factor humano en las simulaciones del vuelo conduce a un triunfo necesario y digno de aplauso, que se resuelve fina y escuetamente en un simple intercambio de gestos y breve diálogo entre 'Sully' y Skiles.

Hay que destacar, finalmente, el hecho de que Eastwood, a los 86 años, sigue siendo un realizador rentable en un Hollywood poblado de mecánicos y formularios 'blockbusters'. Estimado en 60 millones de dólares el presupuesto de “Sully”, su recaudación ha alcanzado los 130 millones solo en el mercado estadounidense. Clint tiene todavía el camino libre. Que sea por muchos años.

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