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Cuando se reacciona ante una coyuntura semejante de una manera radicalmente distinta, estamos ante un supuesto de doble moral. En efecto, existe doble moral cuando legitimamos con nuestro discurso o nuestras acciones políticas un episodio que en cualquier otra coyuntura condenaríamos sin miramientos. La historia de la izquierda peruana es una historia de doble moral. El ejemplo patente de este comportamiento sesgado es la distinta vara que se ha empleado para medir a los terroristas y a nuestras Fuerzas Armadas. El terrorismo es de por sí un vicio peligroso, un crimen que lesiona la fibra moral del país. Pero lo peor surge cuando se levantan las voces de sus defensores o apañadores, que optan por actuar como una especie de quinta columna banalizando el hecho terrorista bajo la pátina de un falso humanitarismo.

Lo humano es pagar la culpa y arrepentirse de los errores. Lo satánico radica en permanecer en el crimen sin ningún remordimiento. El terrorismo ha provocado la proliferación de esta doble moral que destruye políticamente a sus enemigos mientras contempla de manera condescendiente a los terroristas. La izquierda peruana ha desarrollado la enfermedad del relativismo desde su fundación histórica. Lamentablemente, la generación de recambio opta en este mismo instante por abrazar el mismo error, repitiendo las excusas de sus mayores y buscando equiparar los crímenes de Sendero con los actos de corrupción de sus adversarios populares.

El pueblo peruano debe rechazar la doble moral que favorece el retorno de Sendero Luminoso. Debe enfrentarse a esta postura maniquea que intenta dividirnos sin reconocer que el terror rojo puede regresar. Una sola moral debe juzgar al terrorismo. Un solo principio debe enfrentarse a él. El Perú nunca aceptará el sendero del terror como vía para el desarrollo. Y ejecutará las proscripciones jurídicas y políticas sobre aquellos que empuñaron la quijada de Caín.