La paz en Ucrania, luego de un año de hechos sangrientos que ha cobrado cerca de 6000 muertos, debió comenzar sin discusiones el pasado 15 de febrero, conforme la “Serie de medidas para el cumplimiento de los Acuerdos de Minsk” a que llegaron el gobierno de Kiev y las fuerzas separatistas tres días antes. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. La realidad es que todo está sumamente inestable y alterado. Los disparos continúan y por si fuera poco, en la víspera se produjo un violento atentado en Járkov, la segunda ciudad ucraniana, con el saldo de dos personas muertas. El acuerdo que no fue fácil conseguir estableció claramente el alto el fuego, pero nada de eso se está cumpliendo. En adición, la anunciada zona desmilitarizada no ha evidenciado el retiro de las fuerzas armadas del gobierno ni de los prorrusos. Aún no ha habido retiro del armamento pesado que se esperaba por las dos partes. Hoy es el día de la prueba de fuego, pues ambas partes han asegurado que realmente en la fecha deberá comenzar a regir estrictamente el acuerdo. Los combatientes no son nada fáciles. Todo se puede tirar por la borda, pero eso hay que evitarlo. Las desconfianzas mutuas siguen siendo muy altas y eso a la larga afecta el mejor proceso de negociación. El acuerdo al que llegaron no fue fácil y mucho menos lo es en relación a las pretensiones territoriales autonómicas que no se han esforzado en ocultar los separatistas. El acuerdo de Minsk, logrado con tanto sudor y lágrimas, y en el que Alemania y Francia le pusieron gran empeño, así como también Rusia, que en todo momento negoció en nombre de los rebeldes, tiene como objetivo la búsqueda de un escenario de paz permanente, algo que hasta ahora no consigue el país.