Decenas de extremistas interrumpieron la presentación de un libro del expresidente, Francisco Sagasti, atacaron a un periodista y generaron desmanes en el distrito de Barranco, en la capital. Es evidente que el país está dividido por los últimos sucesos políticos, pero la división de los peruanos no es lo más grave. Algunos van más allá y manifiestan su odio contra el que piensa diferente. Y ya sabemos que del odio a la violencia hay un paso. Esto no solo es lamentable sino también condenable.

No puede ser que si uno elige lo contrario sea considerado un enemigo. Hay que respetar la libertad de expresión de las personas. Puede ser que ocurran actos que no nos gusten, pero si se realizan dentro de la legalidad y la democracia, merecen respeto. Tratar de cambiarlos restringiendo sus derechos, con prepotencia y violencia, es lo mismo que pensar que “la fiebre desaparece porque se rompió el termómetro”.

Canalizar cualquier descontento con agresiones es un camino peligroso, venga de donde venga. Sea de “La Resistencia” o sea de quienes en el pasado atacaron la casa del expresidente Manuel Merino. Establecer un patíbulo callejero para los que tienen visiones diferentes de la política o la vida, oscurece la democracia a la que dicen pertenecer y defender.

La intolerancia jamás ha sido buena consejera. Solo lleva a agudizar el enfrentamiento y a acentuar las polares diferencias en el país, algo muy negativo en estos tiempos que urge el consenso. Predicar odio solo debilita nuestras defensas internas y generan más caos y frustraciones.

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