“No es justo. Nuestra vida no vale nada”, decía ayer, entre lágrimas, una médico intensivista del hospital Guillermo Kaelin de Villa María del Triunfo, en medio de una protesta porque el personal de ese nosocomio no estaba incluido en el padrón de vacunación contra el COVID-19. No hay dudas que el escándalo que ha sacudido a todo el país, debido a los privilegios de funcionarios públicos y otras personas para acceder a las inmunizaciones de Sinopharm, ha hecho un daño irreparable a los peruanos. ¿Se imaginan qué pensarán los médicos aún no vacunados al escuchar que el dueño del chifa Royal fue vacunado solo porque la delegación china ya no quería comer más Burger King? No solo indignación sino también desaliento en su tarea de luchar en primera línea contra el coronavirus. Sin embargo, lo más grave es que han afectado el alma de la gente que está dando la vida por nosotros.

Las reacciones ante algún suceso muchas veces tienen más repercusión que el hecho en sí. Y más en estos momentos que todos estamos muy sensibilizados ante la grave crisis sanitaria que afrontamos.

Ahora se necesita a nuevos líderes que tengan la fórmula para refundar el Perú y lo hagan creíble, que encabecen un proyecto común en el que se respete al ciudadano y a las reglas.