El Gobierno ha entrado en una fase peligrosa que, si bien no pone en riesgo su continuidad, la ubica en una situación de debilidad alarmante y que no le conviene a la democracia. Hay errores de todo tipo. Entre los principales problemas está la inseguridad ciudadana, que sacude el país cada día con decenas de muertes y ante la cual no existe una reacción acorde con la extrema gravedad de los hechos. La salida de Vicente Romero (Interior) se torna urgente y el régimen debería contemplarla al menos como una oxigenación a su asfixia. Están también los errores autoinflingidos. El viaje de Dina Boluarte a Estados Unidos y el chasco de la frustrada reunión con Joe Biden son yerros garrafales que no se pasan a un segundo plano solo por la impostergable renuncia de Ana Gervasi. A todo esto se suma una economía recesada, sin visos de crecimiento y que perpetua una crisis sin caducidad incluso en el horizonte de 2024. La gestión de Álex Contreras (MEF) también parece agotarse o contaminarse de la opacidad que caracteriza cada proyecto o gestión en la administración Boluarte. Por si fuera poco, Nicanor Boluarte, el hermano, parece haber caído en las mañas de tanto rufián que ha pasado por el Ejecutivo -sobre todo los más recientes casos de Sarratea de Pedro Castillo- y sus visitantes reciben sospechosas transferencias de dinero para ejecución de obras en distritos tan pequeños y alejados como Nanchoc (Cajamarca). La causa efecto entre las visitas y los decretos son elocuentemente preocupantes. Pareciera que estamos ante un Gobierno que hace todo mal y que hasta en eso se parece al del chotano. Peor aún, sin bancada, sin partido y asediado de revanchas, transita por la cornisa de la peligrosa ilegitimidad, algo que, creánlo o no, no nos conviene a nadie. Si no cambia, reacciona, se ordena y pone mano firme, el sueño de los anarquistas se vuelve cada vez más posible.