Hoy el Perú celebra sus 201 años de Independencia en medio de una grave crisis política, social y económica. Lo peor es que tenemos un Gobierno paralizado, concentrado más en conjurar los peligros de los escándalos de corrupción que en trabajar en beneficio de los peruanos.

Son días aciagos cuando deberían ser festivos. El país se ha convertido en una presa de rapiña para muchos personajes claves o allegados al Gobierno. En estas condiciones no hay espacio para la esperanza de un Perú mejor.

Nuestros deseos en el Bicentenario de ver un país unido, solidario y confiable, se convirtieron en una quimera con estos gobernantes. Ahora solo hay polarización, demagogia y corrupción, que tiene como consecuencia la bancarrota de nuestra sociedad.

Ha llegado el momento de cerrar este capítulo funesto de nuestra historia para construir un futuro con mayores expectativas. No puede seguir en el Gobierno la incapacidad hecha poder. El daño puede ser catastrófico. Sería ingenuo y hasta cómplice mirar a otro lado.

Es cierto que no hay liderazgos definidos en el Congreso, que podrían encabezar una acción política que transforme esta realidad, pero si se despojan de sus intereses propios o partidarios y asumen conductas honestas en función de las necesidades de millones de peruanos, todo es posible para terminar con esta crisis.