Ayer, tras haber reprogramado la sesión, el presidente Castillo finalmente no recibió a la comisión de Fiscalización del Congreso en Palacio de Gobierno. En teoría, el mandatario recibiría a dicho grupo para ser interrogado sobre el caso Sarratea, pero a último minuto anunció que no lo haría.

Es el colmo. El gobierno turbio y afónico de Pedro Castillo representa la total antítesis del gobierno del “pueblo” que dice simbolizar. De hecho, la palabra “pueblo” no debería poder salir de la boca de Castillo. Lo único que hace este presidente es faltar a la verdad, y, en consecuencia, burlarse descaradamente del pueblo.

Martín Vizcarra se presentó ante la comisión de Fiscalización cuando era presidente, y Pedro Pablo Kuczynski recibió a la comisión en Palacio de Gobierno, tal como había dicho que lo haría Castillo. Con todo lo que podemos criticar a Kuczynski y a Vizcarra, por lo menos reconocieron la importancia del gesto político que implica asistir a la citación hecha por la institución que representa a la Nación y a sus electores. Castillo ni siquiera nos da eso.

Lo que queda clarísimo acá es que Castillo tiene miedo. ¿Por qué tiene miedo? ¿Qué esconde? ¿Cree que quedarse callado lo hace ver inocente? Lo cierto es que el temor que emana de Castillo se percibe a leguas, y pone aún más dudas y sospechas sobre su sombrero.

Parece que, a ya casi un año de gobernarnos, Castillo todavía no entiende que se debe a los peruanos. A quienes votaron por él y a quienes no lo hicimos. Su trabajo es –literalmente– trabajar para nosotros, y eso pasa también por reconocer la importancia de gestos políticos y responder las preguntas que tenemos para él. Si pretende seguir operando de manera tan sigilosa, su gobierno tiene los meses contados.