En menos de una semana, el gobierno de Dina Boluarte ha tenido que desdecirse en dos episodios que revelan más que simples errores de comunicación: una urgencia por mostrar resultados a costa de la verdad.

Ayer, un envalentonado Juan Santiváñez se saltó toda la línea de comando policial e incluso pasó por encima del actual ministro del Interior, Carlos Malaver, e informó que el criminal Erick Moreno, alias El Monstruo, había sido capturado en Brasil. Luego borró la información. Horas después, el comandante general de la PNP, Víctor Zanabria, reconoció que no hubo captura, que se trató de un malentendido por una “mala traducción”. ¿Traducción o apuro por mostrar acciones contra el crimen organizado?

Luego está el episodio en el Vaticano. La presidenta Dina Boluarte anunció con entusiasmo que había sido invitada a Washington por el vicepresidente de EE.UU., J.D. Vance y exigió al Congreso que “prevalezcan los interese nacionales” y le den permiso para viajar. Días después, el canciller Elmer Schialer tuvo que aclarar que no fue una invitación formal, sino un simple comentario. En ambos casos, la estrategia es la misma: inflar un hecho, presentarlo como logro y, ante la evidencia, retroceder sin asumir responsabilidad. No hay disculpas ni corrección: solo excusas vagas. El problema no es solo la mentira: es la normalización del engaño. Y lo que está en juego no es una anécdota, sino la credibilidad del Gobierno.