El año pasado, durante una actividad académica sincrónica, se me ocurrió preguntar a los asistentes si recordaban el nombre del actual presidente de Cuba. Nadie contestó y tampoco me sorprendí. Desde la proclamación de Miguel Diaz-Canel por la Asamblea Nacional del Poder Popular, solo tuvo una breve aparición pública internacional de solidaridad al régimen venezolano, pero luego su perfil fue menguando, al punto, que el testimonio de los ideales revolucionarios pasó a manos de Nicolás Maduro y Evo Morales. La otrora influencia sonora de los hermanos Castro, de Fidel más que Raúl, pareciera languidecer con el transcurso del tiempo. Si a eso sumamos el reciente mensaje de Díaz-Canel, sentado, sin la fuerza, y tradicional gesticulación con los manos, invocando a los fieles de la revolución a salir para repeler a los “traidores”, pareciera que nos encontramos con un problema no previsto por su servicio de inteligencia (G2).

El ejercicio del poder no es estático sino dinámico, siempre ocupa los espacios vacíos que le conceden el descuido y la falta de liderazgo. A la falta de verbo punzante y oportuno a cualquier tema que amenace o ponga en jaque al régimen, aparecen otros líderes que toman su posta (Maduro/Morales). Si además se carece de estrategia para conservar un posicionamiento histórico desde el Caribe, el denominado Foro de Sao Pablo terminó siendo reconocido como el autor, o “marca registrada”, de la reciente embestida del llamado Socialismo del Siglo XXI. Es en ese contexto que Fidel y Chávez siguen vivos, Lula parece seguir siendo el presidente del Brasil y casi nadie recuerda el nombre de Diaz-Canel. Por eso, si las protestas continúan y se agravan, a pesar que la inhumana fuerza del fusil actué para repelerlas de forma genocida, parte de la “solución cubana” sería cambiar a una presidencia invisible.

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