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En 24 o 48 horas, el Congreso tomará una decisión histórica, a favor o en contra de la vacancia. Será un veredicto difícil, complejo, únicamente contaminado por su premura, pero emanado de las entrañas de la democracia. Que no se inventen falacias como “golpe civil” o “golpe parlamentario”.

No me parece que Víctor Andrés García Belaunde, Mauricio Mulder, César Villanueva o la misma Marisa Glave sean golpistas. No es correcto azuzar las contradicciones y colocar nuestros complejos ideológicos en los bandos de los buenos y los malos. Cualquiera sea el resultado, hay que respetarlo.

Si PPK es vacado, será por su insólita decisión de mantener en el Perú a una empresa, Westfield Capital, realizando consultorías a Odebrecht cuando él era un funcionario público, lo cual constituye un aberrante conflicto de interés.

Si PPK no es vacado, porque al final un grupo de legisladores analizaron que este es un delito que aún debe comprobarse, que faltaron pruebas, corroboraciones y testimonios, que no es un yerro tan grave para sostener una acción irreversible y traumática, habrá que respetarlo también.

En cualquier circunstancia, el país tendrá que seguir. Con PPK o sin él. Con Vizcarra o Aráoz, hasta el 2021, porque no estamos tampoco para avalar odios eternos y revanchismos caníbales, y cargar sobre los hombros del país un nuevo tumultuoso proceso eleccionario en medio de las ráfagas del caso Odebrecht.

En esta hora de definiciones sí corresponde tomar posición. La figura presidencial debe ser inmaculada, exenta de algún tipo de duda. La debilidad de PPK arrastraría al país a un innecesario escenario de vacilaciones. Es hora de que Vizcarra muestre lo que tiene.