El cocinero Ricardo Martins es un melómano apasionado. Su corazón siempre ha estado ligado a la música y cuando abrió las puertas de su restaurante emblema, Siete, las listas de canciones que iba creando se volvieron un hilo conductor entre la comida y el espacio. Así, sin querer, comenzó su pasión por lo criollo, la tradición, y todo lo que envuelve a la cocina peruana y sobre todo la limeña.

Hace unas semanas, Martins abrió las puertas de La Perlita, su segundo local, ubicado también en Domeyer, a pocos metros de la Bajada de Baños. Un lugar que el cocinero describe como una cevichería pero también como una taberna. Un espacio acogedor y relajado desde donde busca rescatar la tradición y hacerle una homenaje muy personal a lo peruano.

Es hermoso ver la forma en que se ha recuperado la vieja casona que da lugar al restaurante. Techos altos con entradas de luz, esa que sólo Barranco sabe regalarnos y grandes puertas talladas en madera. La barra se encuentra a la entrada del local, y desde la puerta, al fondo, se logra ver la cocina abierta desde donde Martins marcha emocionado los platos del día. A mitad del salón un pequeño piano marca el ritmo.

En La Perlita, los productos del mar y lo peruano bailan al ritmo de la música, se abrazan y se dejan llevar. La carta es corta y está muy bien estructurada. Ceviches y tiraditos para comenzar, impecables desde la corvina hasta las navajas. Probamos el ceviche “El Rey” de pesca del día al limón, ají limo, pota y camote al horno. Y “La Reina”, de corvina, con rocoto, frijol de vaina y leche de tigre con chicha. Ambos frescos, de balance correcto y buen punto de picante. Seguimos con el tiradito de cabrilla, palta, leche de tigre parrillera y picada nikkei, muy bueno. Para cerrar, unas sabrosas navajas en escabeche, shallots encurtidas, servidas sobre un suave y elegante puré de camote. Sabores de toda la vida, esos que despiertan nostalgia y nos transportan en cada bocado.

En las entradas encontramos una correcta causa rellena de pesca confitada, calamares crujientes, empanizados a la perfección. La baña una salsa similar a una leche de tigre, de nuestros favoritos del día. El pulpo a la brasa llega tierno, cubierto en salsa anticuchera, cocido sobre pancas y servido sobre una cama de papas doradas. Un plato donde los puntos de cocción son irreprochables.

En los fondos probamos un ají de gallina y cangrejo, sabores llenos de recuerdos de infancia, donde sentir un poco más la presencia del crustáceo hubiera sido ideal. La caigua rellena con chupe y huevo reventado es un plato sublime, que recomiendo no perderse por nada. Y el adobo de codillo ¨enchichado¨, suave y contundente, es perfecto para poner al centro y compartir.

La carta incluye también un seco de costillas con frijoles, y la versión de Martins del clásico asado con puré. Hay una pizarra con platos del día, donde se colocan los productos que llegan: a nosotros nos tocó calamar y pejerrey, como recomendación: un poderoso cau cau de calamar y pota. “Acá se ofrecen todas las bondades que nos trae el mar”, como cuenta Martins emocionado.

Estoy segura que los postres también les traerán recuerdos, sobre todo la contundente copa de fresas y crema. Hay también natilla con crema batida, helado de vainilla y sal de maras. Y para cerrar, un perfecto huevo chimbo “aflanado”.

Los invitamos a explorar la carta de cócteles de la casa, inspirados en clásicos y con nombres pícaros, son elaborados en su mayoría con destilados de factura peruana.

“La Bandida”, perfecta para los amantes del Bloody Mary, es elaborado con vodka de papas nativas, y será una forma perfecta de que empiece la visita.

Pronto habrá presentaciones de música en vivo, estén atentos en las redes del local.

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