Los países latinoamericanos hemos aprendido a seguir viviendo más allá de nuestros gobernantes. En varias oportunidades he podido confirmar esa frase acá, en Perú, pero nunca la había reafirmado tanto como en mi reciente visita a la ciudad de Caracas, en Venezuela. Es la segunda vez que viajo a este país hermano, que siempre fue un destino para los peruanos, incluso en nuestras épocas más oscuras cuando muchos tuvieron que emigrar, y que por razones políticas y económicas ha sido olvidado. Para el año 1992, había alrededor de 1,5 millones de peruanos en el extranjero repartidos en Europa, Estados Unidos, Japón y en Sudamérica (Venezuela y Argentina). El triple de personas que migraron en 1981.
Ya había escrito en este espacio sobre ese primer viaje y cómo había podido constatar que la ciudad volvía a tener esa luz que abraza y da calor; y cómo había podido ver a muchos retornar emocionados a sus casas. Pero con las últimas elecciones, tan cuestionadas, una de las consecuencias fue el cierre de vuelos y nuevamente el silencio volvió a reinar en este amable país.
Mi primera visita, hace ya un año y medio, fue de la mejor manera, acompañada de Juan Luis Martínez, del restaurante Mérito y su equipo. El cocinero volvió emocionado tras tres años de ausencia, esta vez a cocinar invitado por Issam Koteich cocinero del restaurante Cordero, y Pedro Khalil, fundador de Proyecto Ubre, la finca que alimenta y da vida a Cordero con sus productos y se dedica especialmente a la cría de corderos, ovejas y cabras, y al desarrollo de lácteos.
En esta segunda oportunidad, vuelvo a ver lo qué ha sucedido gastronómicamente en la ciudad durante este tiempo, porque aunque no lo crean, Venezuela sigue avanzando, y Caracas, gastronómicamente, aún más.
El primer destino de mi visita es Cordero, que desde la última vez ha dado un cambio radical, con una mudanza de local a uno con puerta a calle, y que muestra al visitante por todo lo alto, lo que el proyecto ofrece.
El restaurante puesto 44 en la lista de los 50 Mejores Restaurantes de Latinoamérica, tiene hoy una imponente cocina abierta en medio del salón, terraza, cava a la vista del comensal y paredes con textura de piel de oveja. El menú también ha cambiado. Siguen siendo el cordero y sus productos lácteos el hilo conductor, pero ahora hay 12 platos en vez de 7.
Issam Koteich sigue firme en su propuesta, y cada plato de este nuevo menú sorprende y gusta mucho. Se aplaude la mejora en el maridaje a cargo de María Rodriguez.
A muchos puede parecerles avezado crear un restaurante donde la carta se base en una sola proteína animal, más en una ciudad donde el consumo de cordero es poco, y la situación no es del todo estable. Pero lo cierto es que Cordero es un proyecto impecable, con mucha técnica y sensibilidad, redondo de principio a fin y que apunta a seguir mejorando y creciendo en todo momento.
Pero Cordero no es la única propuesta interesante en la ciudad. Robusto es un elegante y bien puesto habano bar y bistró. Cuenta con una interesante carta de cócteles clásicos y de autor; y una espectacular cava de habanos. Está a cargo de Jorge Scholz, sommelier y master habano. Volvimos también en esta oportunidad a Mesa Restaurant de los cocineros Diego Rocas y Ana Isabel Torrealba, un espacio acogedor, descontracturado y muy sabroso al que siempre es divertido volver.
Reverie, del chef Juan Hernáez tiene una interesante propuesta de crudos, trabaja con pesca local, fresca, y de muy buena calidad.
La casa donde aloja el restaurante es hermosa, y ha sido galardonada con premios de arquitectura.
Probamos también Noraneko ramen, un pequeño local que aún no acaba de abrir sus puertas, donde José Monsalves, un obsesionado con esta sopa japonesa, ofrece un sabor de ramen a la semana y nada más.
El platillo se elabora desde cero en esta pequeña, pero encantadora cocina y tengo que decir que es sin duda de los mejores ramen que he probado en los últimos años.
O Toro, de Jose Antonio Casanova, se replantea, entre fogones, recetas tradicionales venezolanas. Cierro esta nota con Maíz, el espacio de Daniel Torrealba, que abre los fines de semana y ofrece maravillosos desayunos de sabor local.
Como digo al inicio de esta nota, Caracas y su gastronomía avanzan. Más rápido de lo que muchos creemos. Con cocineros jóvenes llenos de ganas y sueños, que muestran su cultura, la ciudad y el paisaje.