El Festival de Cine de Lima siempre presenta dentro de su programación una amplia variedad de documentales, tanto en competencia como fuera de ella. Y esta décimo novena edición no ha sido excepción. Destacamos dos de los que más nos gustaron: “Allende, mi abuelo Allende” (Chile-México, 2015), de Marcia Tambutti Allende, y Últimas conversaciones” (Brasil, 2015), de Eduardo Coutinho.

ALLENDE, MI ABUELO ALLENDE

La directora Marcia Tambutti Allende es nieta del fallecido ex presidente chileno Salvador Allende (1908-1973), no conoció a su abuelo y desde el obligado exilio de su familia en México tras el golpe de estado militar que puso fin al gobierno socialista, se planteó desde muy joven una serie de interrogantes. La posibilidad de recomponer la historia familiar del patriarca 35 años después de la derrota política es el tema central de “Allende, mi abuelo Allende”.

A través de muchas fotografías recuperadas (la mayoría fueron descomisadas tras el golpe de estado) y otras que se mantuvieron guardadas por años, de diversos materiales de archivo, de los testimonios de la viuda Hortensia Bussi (1914-2009), de las hijas vivas (una de ellas se suicidó en Cuba cuatro años después de la muerte del padre) y del único nieto que lo conoció en vida; la realizadora se atreve a reconstruir la dolorosa historia familiar.

Acierta Tambutti al buscar romper el silencio que ha rodeado a su familia por años, complementando su punto de vista con entrevistas a los otros nietos que supieron de los hechos únicamente por lo que sus padres se atrevieron a contarles. Asimismo, son especialmente logrados los momentos que Marcia pasa con su abuela, bastante delicada de salud, que en algún instante habla incluso de la infidelidad del marido, o aquellos en que la memoria se fija en el recuerdo de la hija depresiva, fiel asistente del progenitor, que se quitó la vida.

Esa visión íntima, hogareña, plasmada en cada encuentro de la realizadora con sus parientes, se afirma finalmente con la inclusión de unas home movies (peliculas caseras) en las que se puede ver a un joven Salvador Allende jugando con amigos y familiares.

Eduardo Coutinho (1933-2014) es un excepcional documentalista brasileño que falleció trágicamente el año pasado sin terminar el montaje de “Últimas conversaciones” (Ultimas conversas), estupendo filme póstumo que felizmente fue concluido por su editora y el cineasta Joao Moreira Salles.

Coutinho, a quien se deben excelentes películas como “Cabra marcado para morrer” (1985), “Edificio master” (2002) y “Jogo de cena” (2007), entre otras; utiliza en “Ultimas conversaciones” una estructura narrativa mínima aplicada previamente en cintas anteriores. Una suerte de encuesta audiovisual en la que los personajes se enfrentan a la cámara que se convierte en el punto de vista del realizador y, por tanto, de los espectadores.

En este caso, los objetivos de la encuesta son jovenes estudiantes, en su mayoría mujeres, quienes conversan con Coutinho sobre diversos temas, que van desde los meramente familiares hasta los más personales e íntimos. El escenario es una habitación en la que solamente hay una silla delante de la puerta de entrada, en la que cada estudiante se ubica para el diálogo respectivo.

La cámara registra las conversaciones primero a una cierta distancia y conforme se van dando las respuestas se va acercando de manera tal que no se pierda ni un solo detalle de las emociones de los entrevistados. Se trata, en buena cuenta, de testimonios muy directos, de confesiones que resultan divertidas en algunos casos o muy conmovedoras en otros.

Lo más interesante de la propuesta es cómo Coutinho, a partir de preguntas sencillas, va conduciendo al entrevistado a un terreno donde su vulnerabilidad queda expuesta. El cineasta redondea brillantemente la faena en la conversación final con una niña de seis años, un poco desconcertada ante las preguntas del director y cuyas respuestas dejan al descubierto una natural ingenuidad que despierta la más absoluta ternura.