PAULINA

“Paulina” o “La Patota” es el tercer largometraje del realizador argentino Santiago Mitre, quien causó muy buena impresión con “El estudiante” (2011), filme exhibido en una edición anterior del Festival de Cine de Lima. Aquí Mitre adapta a los tiempos actuales un viejo melodrama argentino de similar título (“La patota”) dirigido en 1960 por Daniel Tinayre y estelarizado por la eterna Mirtha Legrand.

La historia moderna se inicia con un notable plano-secuencia en el que Paulina (una estupenda Dolores Fonzi) conversa y termina discutiendo con su padre (Oscar Martínez). Ella es una dedicada abogada y él un juez. El tema es que Paulina, con ideas 'progesistas' que no convencen a su progenitor, ha decidido trabajar como docente en una zona rural y formar parte de un proyecto educativo que considera necesario. El magistrado piensa que ese rumbo será perjudicial para la carrera profesional de su hija.

Lo importante es que Paulina defenderá su posición hasta las últimas consecuencias, sobre todo luego de sufrir una violación a manos de una pandilla de la zona donde se ubica la escuela a la que asiste. El descubrimiento de un embarazo no deseado, que la alejará de su novio (Esteban Lamothe), empeorará las cosas, puesto que ella no solamente decidirá continuar con la gestación, sino que se negará a acusar a sus violadores aun sabiendo quiénes son.

El asunto puede sonar inverosímil o incomprensible, pero ahí está, listo para la polemica. Discutible desde un punto de vista ideológico y/o moral, la postura de Mitre se siente excesivamente teórica y esquemática. Se concentra básicamente en desarrollar el personaje de Paulina, buscando imponer sus razones sin un sustento que convenza. Mantiene, además, en un perfil demasiado bajo la presencia de la pandilla, por lo que la lucha social de Paulina tampoco resulta consistente.

EL INCENDIO

“El incendio” es una de las mejores películas de la competencia oficial de ficción, ópera prima del argentino Juan Schnitman. La acción sigue las correrías de Lucía (Pilar Gamboa) y Marcelo (Juan Barberini), una pareja de novios, durante 24 horas. Ambos debían comprar un departamento propio ese día, pero la operación se retrasará y deberán regresar con el dinero al lugar que alquilan para esperar a la mañana siguiente.

Desde que amanece se percibe que la relación de Lucía y Marcelo no es normal. Se nota una cierta agresividad en ambos que parece juego o broma, pero no lo es. Las discusiones aparecen, se van haciendo insostenibles y dejan cuenta de que ambos son dos bombas de tiempo a punto de explotar.

Sin embargo, el caos que los amenaza en su vida privada se traslada también hacia afuera. Lucía trabaja en un restaurante en el que ocurren imprevistos, mientras que Marcelo tiene igualmente dificultades en la escuela donde labora como profesor. La tensión los domina, los altera y provoca hasta un antológico -y violento- encuentro sexual en casa de unos amigos.

Schnitman privilegia en varios momentos los planos cercanos, de modo tal que queden al descubierto las emociones más inmediatas de los protagonistas, por que más que estos traten de contenerse. Un momento notable de Lucía, por ejemplo, es cuando asiste al médico y sostiene no tener estrés, pero se va quebrando poco a poco. Marcelo también enfrenta un instante crucial con una madre de familia en el colegio y luego se refugia en casa de sus padres tras ser casi agredido por uno de sus alumnos en complicidad con otros.

La crisis se agranda y el fantasma de la separación asoma. ¿Pero quieren realmente Lucía y Marcelo tomar caminos distintos? El desenlace, a la mañana siguiente, luego de una terrible pelea, es abierto, pero deja en claro que el incendio del día anterior no se ha apagado del todo y el fuego volverá a encenderse. El plano congelado del rostro de Lucía lo dice todo.