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En el vigésimo aniversario del Festival de Cine de Lima, como ha ocurrido en años anteriores, la presencia argentina destaca y bien. Dos dramas, uno ambientado en los años de la dictadura militar y otro en la década del 60 se perfilan entre las mejores cintas que participan en la competencia oficial de ficción.

LA LARGA NOCHE DE FRANCISCO SANCTIS (2016)

Ganadora del premio principal en el Bafici 2016, esta ópera prima de Francisco Márquez y Andrea Testa es un hábil ejercicio de estilo, al tiempo que urga en la paranoia de la sociedad argentina de los tiempos dictatoriales de fines de la década del 70.

La acción transcurre en un día y una noche, y sigue las andanzas de Francisco Sanctis (bien encarnado por Diego Velázquez), hombre común, sin aparente compromiso político, casado y padre de dos hijos, que lleva una vida rutinaria, sin sobresaltos, esperando un ascenso que no llega en la empresa donde trabaja.

De pronto, el protagonista recibe la llamada telefónica de una ex compañera de la universidad que no ve desde hace mucho tiempo, con quien se reúne poco después. En la cita, la mujer le entrega los nombres y la dirección de dos personas que los militares van a desaparecer en la noche, pidiéndole que les avise para que puedan escapar.

A partir de ese instante, la tranquilidad de Francisco se esfuma. No sabe si creer todo lo que le ha contado su amiga, si efectivamente cumplir con el encargo o sencillamente olvidar el asunto. Sin embargo, poco a poco le gana la curiosidad y decide empezar la búsqueda de los dos desconocidos. Especialmente tras reunirse en el bar de un amigo común, quien le recuerda que la mujer en la época estudiantil solía ver agentes de la CIA por todas partes.

Márquez y Testa desarrollan una eficaz puesta en escena, muy bien ambientada, en la que el recorrido del hombre de familia está marcado por un suspenso creciente, cargado de desconfianza y dudas. Las largas caminatas nocturnas por calles desiertas, el intento de pasar la información a otra persona dentro de una sala de cine, la conversación con el amigo en el bar (probablemente la mejor secuencia de la película), donde se hacen revelaciones cruciales, son claros ejemplos de cómo lo cotidiano se va transformando en algo inquietante, de pesadilla.

Un temeroso Francisco, completamente contagiado por la paranoia de la ex compañera de otro tiempo, parece atravesar toda la ciudad para cumplir con su objetivo, que no es realmente lo que le interesa a la pareja de cineastas. Es el modus operandi lo que importa, cómo llegar a su destino. La sombra del maestro Hitchcock asoma.

Al director Ariel Rotter lo conocemos por el curioso drama “El otro” (2007). En “La luz incidente” evoca los años 60 con la suficiente habilidad como para hacernos creer que estamos viendo una historia de esos tiempos, con ecos de la Nueva Ola francesa o del Antonioni de la década del 50, sin la densidad de sus imprescindibles filmes existenciales de la década siguiente.

En un blanco y negro impecable (gracias a la excelente fotografía de Guillermo Nieto), Rotter cuenta lo que ocurre con Luisa, una viuda reciente y madre de dos niñas muy pequeñas, para tratar de remontar un luto que parece asfixiarla, confinarla a la soledad. Le resulta difícil sobreponerse pese a los consejos de su madre, empecinada en que la hija rehaga su vida.

De pronto aparece un nuevo hombre en su existencia, alguien a quien conoce casualmente en una reunión. Al principio, Luisa (Erica Rivas en gran interpretación) se muestra un tanto reacia a aceptar la compañía de Ernesto (Marcelo Subiotto), un seductor bonachón que se toma todo el tiempo del mundo para acercarse a ella y tratar de conquistarla. Sin embargo, cederá ante la insistencia del hombre y la presión de su entorno. Será tal vez esa la luz que ilumine de nuevo su camino.

Rotter construye su retrato de la burguesía argentina de principios de los 60 a partir del espacio interior de la protagonista, con una cámara atenta que capta todo lo que hace y la rodea. Recrea con habilidad la ambientación de época (la impecable secuencia del bar restaurante, con soberbia banda de jazz incluida, parece sacada de una película europea)y privilegia los silencios, las miradas, las elipsis.

La cuidada estilización parece por momentos rendirle un cierto tributo al cine de Leopoldo Torre-Nilsson, a través de una realización que quizás es demasiado aplicada, pero que en conjunto revela una incuestionable solidez. La notable caracterización de Erica Rivas fue premiada el año pasado en el Festival de Mar del Plata. Sí, es una actuación para ser premiada.

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