Adolfo Suárez y el valor de la transición
Adolfo Suárez y el valor de la transición

En el contexto del final del régimen de Francisco Franco, que gobernó España entre 1936 y 1975, con guerra civil durante los tres primeros años incluida, apareció la figura de Adolfo Suárez. El restablecimiento de la monarquía a la muerte de Franco, llevó al rey Juan Carlos, primero de nombrarlo ministro secretario general de gobierno, luego a ungirlo de entre tres candidatos con solo 43 años de edad, como presidente del gobierno español. Al hacerlo, Adolfo Suárez se había convertido en el hombre clave que llevaría a España en el cauto proceso de transición hacia una verdadera democracia. Suárez, entonces, se convirtió en el estadista que supo consensuar a las fuerzas políticas todavía escindidas por el duro impacto que dejó el franquismo en sus casi cuarenta años de poder. No fue fácil crear el clima político y social más idóneo para afirmar la democracia española. El terrorismo y la aguda crisis económica fueron sus mayores enemigos y quisieron impedírselo; sin embargo, Suárez llevó adelante importantes reformas para conseguir su propósito. En el ámbito político, quizás la aprobación en 1976 de la Ley de Reforma Política, fue su mayor estrategia para dar paso a un verdadero proceso democrático que las cuestas franquistas y el ala más recalcitrante hacían cualquier cosa para impedirlo pues esta ley en la práctica significaba el epitafio o punto final para quienes hasta ese momento se rehusaban a valorar la democracia como mejor forma para el ejercicio de la alternancia del poder. Llegó a legalizar a los sindicatos arrinconados por la dictadura, así como a los partidos políticos, incluido el Partido Comunista de España. Junto a esta medida, fue la de carácter económico en el denominado "Pacto de La Moncloa", en 1977, hecho en la misma residencia del presidente del gobierno, para reflotar una economía en déficit. Y con ambos procesos vino la dación en 1978 de la Constitución de 1978 que aunque no sería para el propio Suárez la realización ideal del sistema jurídico-político español, sí representaría el acto de la grandilocuencia política de un Suárez obsesionado por afirmar cuanto antes la continuidad del sistema democrático incipiente. Suárez fue clave, no solo para España, que en los años 80 se convertiría en un país de progresivos desarrollos con liderazgo evidente en el marco de la Unión Europea, sino también para América Latina que por esa época la pasaba muy mal, con una institucionalidad democrática siempre endeble, gran talón de Aquiles en nuestro continente, pero que nos corresponde permanentemente defender. El Perú, por ejemplo, desde fines de los años 60 había experimentado los gobiernos militares de Juan Velasco Alvarado, primero, y Francisco Morales Bermúdez, después. Casi de modo coincidente, en la segunda parte de los años setenta en nuestro país se sintió con mucha intensidad el impacto e influencia del proceso de transición a la democracia impulsado y piloteado por Adolfo Suárez en España. En efecto, en 1977 se convoca a elecciones para la Asamblea Constituyente que se instaló en 1978 y que un año después sancionara la Constitución de 1979, permitiendo luego, en 1980, la vuelta a la democracia. Entonces tenemos deuda con este gran señor que fue Adolfo Suárez que será recordado como el hombre del consenso y de la transición, pero además hidalgo y realista frente a la crisis que lo llevó a decidir su dimisión del cargo en 1981.