Es el segundo retiro internacional de las fuerzas estadounidenses de los últimos tres años. Primero lo hizo de Iraq. Esta vez, en la condición de ser la más numerosa y representativa de las tropas extranjeras que mantiene la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán. La retirada de Bagdad, decidida por el presidente Barack Obama, no resultó lo más acertado. Apenas salieron de los territorios iraquíes, comenzó la barbarie terrorista, queriendo tomar por asalto el poder para instalar un califato en manos del grupo Estado Islámico de Iraq y el Levante. Esta experiencia parece no querer repetirse. Lección aprendida. ¿En qué consiste, entonces, el retiro de las tropas acantonadas en Afganistán, adonde llegaron en el 2001 para sacar del poder al régimen talibán que se había coludido con Al Qaeda en sus ataques a Estados Unidos ese año? Pues la estrategia para que los grupos extremistas no salgan de sus guaridas y aprovechen, como en Iraq, que la vieron como tierra de nadie, ha sido muy bien pensada. Las tropas estadounidenses -que no se irán realmente del país- ahora se dedicarán a realizar trabajos de asesoramiento y entrenamiento a los ejércitos de Afganistán en su combate al terrorismo, dejando el enfrentamiento directo contra los talibanes en manos del propio Ejército nacional. La OTAN, que fue creada en 1949 como un espacio del área noratlántica, justifica jurídicamente su actuación en el artículo 51° de la Carta de la ONU, referido a la defensa colectiva frente a un ataque y que ha sido recogido en el artículo 5° del tratado de la OTAN. En las circunstancias actuales, creo que hace bien Washington en no irse del todo de Afganistán, donde los talibanes operan incluso desde la vecina Pakistán. Entonces, no es verdad que realmente se retiren.

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