No se puede perder los papeles. Esa es una premisa que debe mantener un hombre de Estado, pero el jefe del gabinete de Cristina Fernández, Jorge Capitanich, en medio de una reciente conferencia de prensa, en Buenos Aires, rompió las páginas del influyente diario Clarín -que no ha ocultado su oposición al régimen-, que había publicado una información sobre el texto de una inminente denuncia que habría tenido en marcha el malogrado fiscal Alberto Nisman contra la mismísima presidenta, comprometiéndola. Lo que estamos viendo alrededor del caso es que el Gobierno no está manejando el asunto con la ponderación que las circunstancias lo exigen. La opinión pública argentina presiona para que el asunto sea aclarado y no prosperen los signos de la impunidad. Mientras no haya alguien en el Ejecutivo que ponga orden, seguirán habiendo reacciones inmediatas, inorgánicas y hasta virulentas. Lo vimos también cuando hace pocos días el senador estadounidense Marco Rubio pidió al presidente Barack Obama para que se formule una investigación internacional en este caso y la actitud del ministro Capitanich también fue desmedida, pues acusó a Estados Unidos de estar interfiriendo en los asuntos internos del país. La presidenta de Argentina, cada día que pasa, entra en pánico sobre todo cuando se percata de que las encuestas no la están favoreciendo. Su nerviosismo se agudiza cuando el diario Clarín no se detiene en su propósito de buscar la verdad. Su situación se vuelve, entonces, cada vez más compleja y vulnerable, pues le imputan el hecho de no haber dado facilidades para la detención de 8 iraníes que presuntamente atacaron la mutual judía en Buenos Aires, en 1994, y luego sean extraditados. Se viene la campaña electoral y seguramente la agenda de las propuestas será superada por asuntos tan extraños como este.