El poder del militarismo peruano fue heredado del virreinato. La independencia (Ayacucho, 1824), lo consolidó en lo que Basadre llamó el “Militarismo de la victoria”. Convencidos del “derecho” ganado por sus gestas, monopolizaron la política durante gran parte del siglo XIX -les tocó el irrepetible auge del guano pues el civilismo aparece recién con Manuel Pardo y Lavalle (1872)- y tuvieron que compartir injustamente con la mediocre clase política en alza - la “República Aristocrática”-, las imputaciones de Manuel González Prada por la derrota de la guerra planeada por Chile. Todavía relevantes con su perfil afrancesado en la menguada etapa de la “Reconstrucción Nacional”, entrado el siglo XX, sin distanciarse de la élite económica, les costó subordinarse al poder político y por eso continuaron los golpes de Estado. Aunque no faltaron ni faltarán traidores y cobardes como Miguel Iglesias y Agustín Belaunde, expresaron el honor nacional -sus héroes son el alma del Perú- y se enfrentaron al anarquismo como hoy al narcoterrorismo, pero persiguieron sin tregua ni discriminación a apristas y comunistas durante los años 30. Con la aparición del CAEM (1950) -luego CAEN-, se destetan de la política para dedicarse a lo suyo: la seguridad y defensa nacional, aun cuando el Gobierno Revolucionario de las FF.AA. (1968) fue el final de su protagonismo político. Velasco, con su nacionalismo, acabó con el vergonzoso régimen feudal sobre la tierra en pleno siglo XX, pero por su desdén a la democracia, aceptó a los comunistas -parteros de la caviarada de hoy, a los que el traidor Morales-Bermúdez jamás espetó, sabiendo de su falso apego a las FF.AA.-, llevándonos al abismo económico como Chávez en Venezuela. García creó el ministerio de Defensa (1987) -inclusive de las 3 instituciones castrenses, cuya Escuela Conjunta debe ser fortalecida-, y Fujimori dañó severamente al militarismo, volviéndolo a la penosa condición de fantoche. Recuperado, hoy, con su acertado rol ante la pandemia y otros desastres, hay que empoderarlo -seguimos sin Libro Blanco-, sin transformaciones -solo adecuaciones, adaptaciones e innovaciones, que es distinto-, pues es la mayor garantía en 200 años de soberanía.