El gobierno de Ollanta Humala va concluyendo como pato rengo, con muchas críticas y ausencia casi absoluta de confianza, lo que se refleja en el mínimo apoyo ciudadano al candidato nacionalista Daniel Urresti, cuya fórmula presidencial no puede ser peor. Pero la campaña, que formalmente se inicia con candidatos, jales y alianzas, tampoco genera muchas ilusiones y sí demasiados temores. Mucho dinero, poca racionalidad y excesiva propaganda, lo que afecta el análisis y el debate. Las generalidades no dan para discutirlas, tampoco el marketing político que permite vender al candidato como producto de consumo.

La reforma electoral promovida por el JNE no avanzó y la aprobada por el Congreso es su remedo. Tenemos una nube de candidatos entre presidenciales y parlamentarios, lo que hace casi imposible que el ciudadano común elija reflexivamente.

Y si de alianzas se trata, la única institucional, conformada por partidos prácticamente supérstites, es la del APRA con el PPC, que exhibe voluntad de gobierno a partir de la capacidad, la experiencia y la organización. Pero tendrá que remar contra la corriente y contra el mucho dinero invertido en los medios de la otra, denominada Alianza Para el Progreso, de César Acuña, casi en las antípodas de la primera.

Un país tan complejo como el Perú tiene una nube de pretendientes que creen que gobernarlo es un deporte. Lamentablemente, la dimensión oculta de esta feria no puede llevarnos a buen puerto, y el ciudadano sereno y preocupado así lo intuye y lo teme. Aprovechamiento, aventurerismo y oportunismo, en lugar de capacidad, coherencia, gobernabilidad, principios y valores, es un mal negocio. Confiemos en que la dinámica de la campaña nos muestre el camino para decantarnos por el candidato que conviene al país. La democracia da recursos que conectan con la mejores razones ciudadanas. Y ojalá funcione aquello de que la voz del pueblo es la de Dios.

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