Desgracia completa para Chile y sobretodo para las familias de las 38 vidas humanas que perecieron al precipitarse, camino a la Antártida, el avión militar Hércules C-130, luego de que se confirmara el hallazgo de restos humanos, que ha permitido a los expertos concluir que no hubo sobrevivientes. Nos conduele la noticia que apagó toda esperanza de vida y desde esta columna nos sumamos en las expresiones de sumo pesar.

Más allá de conocer las causas del accidente, lo que será importante para evitar especulaciones a la luz del amplio debate y el mar de imputaciones que se ha abierto en Chile, la penosa noticia, ha desnudado una realidad contante y sonante de nuestro vecino sureño sobre su política nacional antártica. Lo voy a explicar. Chile es en el mundo el país que cuenta la más importante presencia en el continente blanco.

Desde que fuera firmado el Tratado Antártico en 1958 y a pesar de que su artículo IV establece de manera incontrastable que “…Ningún acto o actividad que se lleve a cabo mientras el presente Tratado se halle en vigencia, constituirá fundamento para hacer valer, apoyar, o negar reclamación de soberanía territorial en la Antártida, ni para crear derechos de soberanía en esta región”, el Estado chileno no ha detenido su política de penetración como “modus vivendi” en ese vasto territorio con aires de arrogarse pretensiones posesorias, lo que contrasta con la decisión de la comunidad internacional de reconocerla como Patrimonio Común de la Humanidad.

Los chilenos que han nacido en la Antártida -Juan Pablo Camacho Martino fue el primero en 1984- son considerados nacionales de Chile y desde su estación antártica suelen hacer la referencia de Chile como lugar de emisión de los mensajes.

La Antártida es un espacio del planeta destinado a actividades científicas y las que realiza Chile, hay que reconocerlo, son realmente relevantes donde sus niveles de inversión no son siquiera comparables con la de otros países que incluye al Perú. Los sucesivos gobiernos chilenos desde 1947 se esmeraron en contar con bases permanentes, temporales y hasta con refugios operativos y con una logística impresionante que ni siquiera la cuenta EE.UU., Rusia o Brasil. A eso se llama política de Estado.