El atentado del último miércoles en París ha dejado sobre todo a Europa en una sicosis permanente. En medio del duelo nacional por el asesinato de doce personas en el semanario Charlie Hebdo, en manos de tres terroristas fundamentalistas, una falsa alarma en el Paseo de la Castellana, muy cerca de la entrada de la estación Nuevos Ministerios del metro de Madrid, ha puesto en una situación de hermetismo a la capital española y, en general, ha generado pánico en todo el Viejo Continente, principalmente entre los países donde existe un importante número de musulmanes. En la columna de ayer incidimos en que es un gran error querer asociar al Islam, la religión de Mahoma, el profeta mayor, con el fundamentalismo islámico. Son dos cosas totalmente distintas. El Islam es una religión de paz y de amor, eso hay que decirlo siempre. La alerta máxima que vive toda Francia desde ayer no debe por este motivo olvidarlo. Las fuerzas armadas, en varios miles de hombres, han tomado el control de la Ciudad de la Luz para dar con el paradero de los hermanos Said y Cherif Kouachi, identificados como los posibles autores materiales del ataque al medio periodístico. Una encuesta anterior al atentado daba cuenta que el 42% de franceses consideraban a las comunidades islámicas como espacios de desconfianza. Error. Creo que allí se debe mirar las cosas con calma. Apenas ocurrido el atentado, las principales comunidades musulmanas de París han condenado el ataque terrorista. Por mucho tiempo hubo medidas únicamente represivas, pero ahora hay que combatir al fundamentalismo de otra manera. Debe explicarse por qué cerca de 1400 jóvenes europeos se han sumado a las filas yihadistas en el último año. Se trata, pues, de un asunto de fondo y más complejo de lo que podamos imaginar.