Sorprendentemente, Japón ha decidido un aumento sustantivo en su presupuesto para la defensa que llegaría a unos 32,000 millones de dólares. Recordemos que Japón, luego de la guerra de 1939, donde participó con Alemania e Italia formando la Triple Alianza, al final fue conminado a renunciar a contar con fuerzas armadas, lo que el emperador Hirohito tuvo que aceptar quedando registrado en la rendición incondicional en setiembre de 1945 a bordo del Missouri. Desde ese momento, el imperio del Sol Naciente tuvo que privilegiar otras variables en el desarrollo nacional. Hace pocos años, la dieta japonesa decidió el cambio. Primero, crearon el ansiado Ministerio de Defensa y, luego, comenzaron progresivamente a adoptar políticas en este campo. Pero, ¿qué es lo que realmente ha llevado a los nipones a fortalecer sus políticas de defensa? La respuesta salta a la vista: China. La otrora Catay, como la llamaba Marco Polo, no ha cesado en los últimos tiempos de insistir en sus reclamaciones territoriales, fundamentalmente la disputa con Japón por la soberanía del archipiélago que para los nipones es Sensaku y para los chinos Diaoyu. Japón sabe como ningún otro estado de las nefastas consecuencias que le produjo las guerras mundiales. Hiroshima y Nagasaki, que fueron impactadas por bombas atómicas, liquidaron cualquier pretensión negociadora al momento de la rendición. Desde entonces, las fuerzas armadas japonesas estuvieron proscritas, incluso las pocas de control interno que tuvieron fueron obligadas por mandato constitucional a no participar en ninguna fuerza de paz internacional fuera de su territorio. Buscando afirmar una posición geopolítica estratégica en la región -y considerando la otra variable que son las dos Coreas-, Japón están haciendo cambios profundos a fin de promover el levantamiento de dicha prohibición. Eso está bien porque es fundamental que los estados no descuiden sus políticas de defensa.