Las relaciones entre el ajedrez y la política son más cercanas de lo que parecen a simple vista. La estrategia, prudencia y cálculo forman parte de las decisiones que, como en la política, los ajedrecistas toman al momento de mover las piezas del juego. Como sabemos, cada figura goza de un movimiento que puede asociarse al papel que cumple un perfil político determinado. La Torre es el pilar ideológico, por eso sus movimientos son rectos y de permanente confrontación.

El Caballo es el político lobista, aquel capaz de llegar a instancias que otros no alcanzan, una habilidad reflejada en su salto. Los alfiles cumplen la función de consejeros reales, por eso avanzan en diagonal para observar el juego en perspectiva. La Reina es polifuncional, puede debatir ideológicamente como la Torre, también asesorar al Rey, pero no es política ni jurídicamente correcto obrar como lobista (no puede saltarse instancias). Los peones siempre en primera línea (los militantes del partido), pequeños pero valientes y nobles como los hobbits en la Tierra Media.

Nos queda la figura del Rey, sus movimientos son limitados por tratarse del centro y razón del juego. Si bien en ocasiones puede intercambiar su lugar con la Torre (enroque) para defender su posición política en favor del bien común, sus pasos son calculados por su repercusión en la opinión pública, por eso debe ser cuidada y protegida de cualquier acto impropio.

En ese sentido, el presidente de la República, como jefe de Estado y gobierno, es incompatible con el ejercicio de cualquier otra ocupación pública y privada; por tanto, resulta obligatoria la trasparencia de sus actos, estando prohibido reunirse en privado con personas que hayan obtenido algún beneficio indebido o concesiones estatales fuera de Palacio de gobierno, sin registrar nombres y motivos de encuentro. Jaque mate.