Ante los rumores sobre que Fidel Castro estuviera ya muerto, dado que no se sabía nada de él prácticamente en los últimos 6 meses, recientemente ha circulado una foto que muestra de manera clara su estado de longevidad. Con 94 años a cuestas, el líder comunista, que encabezó el 1 de enero de 1959 junto a Ernesto Che Guevara y a Camilo Cienfuegos la revolución que los llevó al poder haciendo huir al presidente Fulgencio Batista y fundar un régimen marxista-leninista y no estoy seguro si también maoísta, ha dado un paso al costado para abrir otro al proceso de reapertura de las relaciones político-diplomáticas con Estados Unidos de América que se mantuvieron congeladas desde 1961. Para hacerlo, Castro ha sopesado todos los escenarios y era consciente de que el modelo por el que apostó en los años sesenta es insostenible en un siglo XXI bajo el imperio de la globalización y de la economía de mercado. No estamos hablando ni del capitalismo ni de liberalismo extremos del que nos apartamos. No. Una economía social de mercado donde se crea en la libertad de empresa y donde el Estado participe regulando mínimamente y, en cambio, promoviendo con sentido social espacios para el acto creativo de los particulares. Desde que su hermano Raúl Castro se convirtió en el rostro visible del Gobierno cubano, estaba claro que Fidel había aceptado la “reconciliación” con Washington. Para que lo hiciera directa y personalmente el mismísimo líder histórico de la revolución, en realidad era demasiado. Pero Fidel sabe que los cambios en la isla son inexorables y vendrán cada vez más rápido. Fiel a su estilo, ha dicho “no confío en Estados Unidos”, pero a renglón seguido ha añadido que “estoy de acuerdo con la reanudación de las relaciones” con Washington. Puro realismo de las relaciones internacio-nales.