La recta moral es el mayor tesoro del hombre, de allí que su reputación está determinada principalmente por su conducta. El agravante para afirmar la censura social está dado cuando la conducta se vuelve negativa por quienes se suponen cultores de la moral pero que no lo son, tratándose de auténticos lobos con piel de oveja. No basta serlo, sino también parecerlo, y los 4 imputados miembros del Sodalicio de Vida Cristiana por el delito de abuso sexual -uno de ellos ya fallecido-, por supuesto ni lo son y mucho menos, parecen serlo. Si el pedido de reapertura de la causa penal fuese requerido en los tiempos en que la Santa Inquisición resolvía las referidas inconductas, hace rato que los cuatro acusados hubieran terminado en la hoguera, que era el castigo por la ignominia de la perversión humana. Pero estamos en pleno siglo XXI y los métodos y reglas han cambiado. Igual, el imperio de la ley deberá hacer su trabajo.

La tesis de la impunidad para cuatro presuntos depravados es inaceptable. Sectores ultraconservadores, cómplices por omisión, han deseado profundamente el archivo del caso, pero felizmente eso no ha sucedido. El papa Francisco ha condenado a quienes encubren a los pederastas y no ha dudado en promover su separación de la Iglesia. Eso está muy bien, pero no bastará solamente la condena sino la aplicación de la ley. Para que el Sodalicio recobre espacio y credibilidad debe dar el ejemplo. Un buen número de encíclicas de los últimos papas han estado orientadas a desarrollar el valor de la conducta moral. La idea de que la moral es interna y, por tanto, irrelevante para el derecho va cediendo paso a la moral social medida por el derecho penal que solamente identificada y externalizada la inconducta, no tiene más camino que aplicar el castigo, previo juicio, por supuesto.