​No respires: Pesadilla nocturna
​No respires: Pesadilla nocturna

Tras cuatro cortos en su natal Uruguay producidos entre 2001 y 2009, el cineastapasó a Hollywood para dirigir en 2013 un 'remake' de la espeluznante “Muerte diabólica” (The evil dead, 1981), una de la mejores películas de Sam Raimi. Revisión que se conoció con el título de “Posesión infernal”. Cierto que menos lograda y más sangrienta que la versión original, pero permitió advertir una cierta habilidad en el joven profesional para crear tensión y suspenso.

Tres años después, Álvarez confirma esa habilidad en “No respires” (Don't breathe), suerte de thriller combinado con elementos de terror que supone un paso adelante en su corta carrera detrás de cámaras. Relato hecho con la pericia suficiente para, bordeando el terreno de lo inverosímil, desarrollar una lógica interna arriesgada y eficaz.

Rocky (Jane Levy), Alex (Dylan Minnette) y Money (Daniel Zovatto) son tres jóvenes de Detroit que se dedican al atraco fácil: robar diversos objetos de valor en casas cuyos dueños están ausentes, para agenciarse un poco de dinero con su venta a un inescrupuloso comercializador. Descontentos con los magros resultados de estos trabajitos de poca monta y dispuestos a tentar una vida mejor en otra ciudad, decidirán dar un golpe mayúsculo.

El plan será ingresar a la propiedad de un ex militar invidente (bien encarnado por el veterano Stephen Lang) que perdió la vista durante un operativo en Iraq y quien supuestamente guarda una fortuna en algún sitio de su hogar, en el que habita con la única compañía de un fiero perro doberman. Lo que nunca imaginarán los intrusos es que el dueño no solo no se dejará robar tan fácilmente, sino que dará pelea de manera implacable.

LA FÓRMULA DEL MIEDO. Álvarez y su coguionista Rodo Sayagues implementan una fórmula que funciona casi como mecanismo de relojería, evitando que la truculencia se desborde y logrando que el miedo se imponga, jugando hábilmente con los roles de víctimas y victimarios. En ese sentido, tras ser descubiertos, los ladrones se hallarán a merced de un sujeto que dista mucho de ser lo que parece y no tendrá piedad para defenderse.

Los distintos ambientes de la casa se convierten así en piezas fundamentales para generar la más absoluta tensión en una incursión de trámite doméstico que se va transformando en una completa pesadilla, especialmente con cada giro y sorpresa que van apareciendo. Resulta entonces capital el trabajo de iluminación en clave baja y el sonido, al mismo tiempo que el silencio y la calma para crear suspenso, y la muy apropiada música del español Roque Baños. Todo complementado con un ágil uso de los movimientos de cámara en las escenas de acción (por ejemplo, en aquellas donde el doberman se lanza al ataque).

Álvarez se ha cuidado de que el relato, que por momentos pueda rozar el absurdo, tenga la suficiente consistencia. La casa del ex militar parece aislada del resto de la ciudad. No hay vecinos cercanos y se percibe una soledad como de cuento fantástico, irreal. Y la mecánica de la violencia, de la lucha por la supervivencia, entre las paredes, pasillos, escaleras y sótano de la vivienda, hace que la pesadilla sea tan auténtica como vertiginosa.