Han llegado hasta Moscú la canciller alemana Angela Merkel y el presidente de Francia, Francois Hollande. La idea es presentarle a Vladimir Putin un plan de paz para Ucrania, que sigue devastada por una guerra interna que enfrenta al gobierno de Kiev con las fuerzas separatistas prorrusas de Donetsk y Lugansk. La visita crea un contexto favorable para Rusia, pues busca transmitir un mensaje de aquiescencia y de buena voluntad hacia los líderes europeos a fin de que intercedan ante Estados Unidos para que detenga las fuertes sanciones económicas que pesan sobre Moscú. El plan de paz pasa por que los actores directos del conflicto puedan aceptar el ingreso de fuerzas de las Naciones Unidas a fin de crear las condiciones de un verdadero alto el fuego y en seguida el reinicio de conversaciones sustantivas con esperados repliegues militares. La idea de Hollande y de Merkel es que Putin pudiera persuadir a los rebeldes de que así sea, pero no será una tarea tan fácil. En los últimos procesos, los separatistas han venido actuando por cuenta propia y su repulsa a negociaciones con el gobierno ucraniano no la han ocultado. Tampoco el presidente de Ucrania, Petro Poroshenko, está convencido de que esa sea la mejor idea. Está claro que para Europa la paz en esa zona convulsa es un asunto importante, pero más lo es que el gas que llega a todo el Viejo Continente desde Ucrania, no sea un elemento vulnerable para los europeos, que están saliendo de una fuerte crisis económica. Es verdad que el plan tiene una plataforma básica, que son los acuerdos de Minsk de setiembre de 2014, pero ahora se quiere llegar un poco más allá. Merkel y Hollande saben que no se negociará la integridad territorial, y eso hará más complejo el resultado.

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