Enrique Silva Orrego

El reconocido cineasta mexicano Arturo Ripstein y su esposa, la guionista Paz Alicia Garcíadiego, asisten en estos días al 19° Festival de Cine de Lima para recibir un merecido homenaje, pero no es su primera vez. Ambos estuvieron presentes en el evento inaugural, que se llevó a cabo del 1° al 10 de agosto de 1997, cuando se llamaba Encuentro Latinoamericano de Cine. Por entonces tuvimos oportunidad de conversar con ellos, quienes hace exactamente 18 años presentaron en Lima, en calidad de estreno, la cinta “Profundo carmesí” (1996). El texto que sigue a continuación es la entrevista publicada en el diario OJO en su edición del domingo 3 de agosto de 1997.

EL CINE SEGÚN RIPSTEIN

-Siendo hijo del destacado productor mexicano Alfredo Ripstein y reconociendo la influencia del cineasta español Luis Buñuel en su obra fílmica, ¿Cómo explica el nacimiento de su vocación por el cine?

No fue algo súbito, sino más bien genético. Nacido en el medio, crecí ahí y siempre quise dedicarme al cine. Lo que no sabía era por dónde ir. Cuando vi “Nazarín” (1958) de Buñuel, me convencí de que ese era el camino que quería andar. Toda mi vida estuve en los estudios, viendo filmaciones; entonces puedo decir que es una vocación que estaba en la sangre. No pensaba yo que hubiera posibilidad de otra vocación. Ni en mí ni en nadie, sino todo el mundo tendría que ser cineasta.

-Usted ha sido asistente de realización, ¿de qué directores?

Yo empecé a dirigir a los 21 años, pero fui asistente primero de muchísimos. Estuve presente en filmaciones de docenas de directores en México. Chano Urueta, por ejemplo, uno de los más prolíficos y mas lamentables. Entonces se aprendía mucho con Chano, con Rogelio González, con Miguel Delgado. Con Buñuel estuve en el rodaje de “El ángel exterminador” (1962), en donde no se aprendía ya nada, porque uno aprende viendo los errores de los demás, y los errores de los cineastas comerciales en México eran tan prominentes que de pronto uno tenía la audacia de decir “yo lo hago mejor”.

-Su obra cinematográfica está llena de gente marginal, de perdedores, de gente que humilla y es humillada, en ambientes o situaciones que muy bien podrían calificarse de infernales. ¿Cómo definiría los alcances de su universo fílmico?

Yo voy y filmo las cosas que me gustan, que me importan y que me conmueven. Normalmente son los ambientes y personajes marginales.

-¿Y las motivaciones?

Las motivaciones siempre son misteriosas. Yo le podría dar una serie de explicaciones que pueden o no ser verdad, pero las suyas pueden ser tan válidas como las mías. En última instancia, hago lo que me gusta, me encuentro más cercano al cine que puedo contar, más próximo a las atmósferas, los ambientes, las descripciones, las emociones de los personajes que realmente me conmueven. Lo que mejor me ha salido hasta hoy es la mirada hacia los marginales.

LA CRÍTICA

-El historiador y crítico mexicano Emilio García Riera definió su cine como una reflexión sobre la intolerancia. Hablando de la crítica, ¿es usted tolerante o no con ella?

Absolutamente no. Yo lo que quiero es que hablen bien de mis películas. De mí, que hablen aunque sea bien (risas); pero de mis películas que hablen bien siempre. Cuando leo las críticas demoledoras, que suelen ser frecuentes sobre todo en México, en donde perdonan todo menos el talento, no soy tolerante, no puedo serlo.

-¿Y si las críticas son muy favorables?

Prefiero no leerlas. Si no tolero las malas, entonces trato de evitar las buenas. Además, la crítica no está escrita para mí, sino para el público.

-La crisis de la industria cinematográfica mexicana de fines de los años 70 y comienzos del 80, en que usted hizo películas muy poco interesantes como “La ilegal, “la seducción” y “Rastro de muerte”, ¿lo llevó a la televisión?

Bueno, yo he trabajado mucho en la televisión. He hecho telenovelas, programas muy comerciales y hasta educativos. En el cine que yo hago se gana ahora muy poco, se gana poco dinero; entonces yo ganaba mi pan y mi mantequilla haciendo telenovelas. Ahora cada vez menos, afortunadamente.

ESPOSA Y COLABORADORA

-Usted y su esposa Paz Alicia Garcíadiego llevan juntos desde “El imperio de la fortuna” en 1985 y han laborado en todos sus filmes hasta “Profundo carmesí”. ¿Cómo es el trabajo que hacen y cómo han logrado esa unión tan productiva?

Ripstein: Tenemos más o menos los mismos gustos respecto de lo que queremos contar. En eso no hay problemas mayores sino menores, de sutileza o de acomodo. A pesar de tener ocasionalmente distintos gustos cinematográficos, en las películas que queremos hacer tenemos una especie de empatía muy justa. Cuando encontramos un tema que queremos contar, los resultados están previstos desde antes. Ya sé que lo que ella va a escribir me va a gustar, a pesar de una serie de cambios que normalmente se hacen luego. Tenemos una manera de entender la vida y las cosas a partir del cine, que es muy semejante.

Garcíadiego: Lo que realmente es la base del resultado es saber primero qué historia vamos a contar y tratar de decirla en dos palabras.

-Con respecto a “Profundo carmesí”, es una nueva versión de “Los asesinos de la luna de miel” (1969) de Leonard Kastle, que se basó, a su vez, en unos hechos criminales auténticos ocurridos en Estados Unidos. ¿Ustedes han hecho una readaptación de la misma historia?

Ripstein: Sí. Nuestra película está dedicada a Leonard Kastle y a los dos verdaderos asesinos. Yo conocía la historia desde 1965, antes de que se hiciera la primera película. Luego la vi y me gustó mucho. Nosotros nos hemos basado en el caso real más puntualmente que Kastle. Nuestra película se acerca más a los hechos reales tal y como ocurrieron, adaptados a México.

Garcíadiego: Lo que más nos interesaba en “Profundo carmesí” era retratar la historia de amor romántico, que en la película de Leonard Kastle, que es excelente, se presenta como una historia de amor más sexualizada, esa parte sórdida de la cultura nortamericana que a nosotros no nos funcionaba mucho. Lo que queríamos era contar una historia de amor loco, como nos parecía el caso real.

Ripstein: El amor es la pasión más violenta que existe, es la más antisocial, la más feroz. Lo que pasa es que la sociedad domestica al amor y lo logra. Pero el amor como pasión es la más destructiva opción que se puede tener. El entorno se destruye, se quema, no importa. Y la sociedad domestica esto para que la especie prolifere y siga el mundo.