Desde que el británico Daniel Craig se metió en la piel de James Bond, quedó bastante clara la intención de los productores de la longeva saga -ya tiene más de cinco décadas- de darle una dimensión distinta a todas las películas anteriores. "Casino Royale" (2006) cumplió así su cometido como óptimo relato de acción apoyado en la impulsiva y escasamente seductora caracterización de Craig.

La siguiente aventura, "Quantum of solace" (2008), resultó rutinaria y decepcionante. Tal vez por eso "Operación Skyfall", la tercera realización estelarizada por Craig, demoró más en producción, con la finalidad de planificarla mejor y darle un mayor vuelo. Bajo las riendas del destacado cineasta Sam Mendes ("Belleza americana", "Camino a la perdición") y la prolija colaboracíon del chileno Alexander Witt en la dirección de segunda unidad, el producto se consagró como uno de los más logrados de los últimos años.

"Spectre" trata de seguir más o menos el mismo estilo narrativo y ofrecer también la misma vocación nostálgica de la cinta previa. Mendes ha vuelto a encargarse de la dirección y su colega Witt de la segunda unidad. Luego de un pregenérico sumamente espectacular rodado en México y un tema musical absolutamente olvidable -interpretado por Sam Smith- en los títulos de crédito, la nueva aventura de 007 empieza a gestarse con mano segura.

Bond (bien caracterizado por Craig), permanece como un sujeto taciturno, desencantado, como si el pasado que lo persigue no dejará de atormentarlo. Ahora se halla empecinado en seguir la pista dejada por un criminal italiano que liquidó en la capital mexicana durante el día de los muertos. Tras ubicar a la esposa de del sujeto (la escultural italiana Mónica Bellucci), descubrirá que este pertenecía a una organización internacional llamada Spectre, responsable de una serie de atentados a nivel mundial. Se lanzará entonces a buscar su jefe máximo.

Al mismo tiempo, M (Ralph Fiennes), al mando de la Inteligencia británica de la que depende Bond, tiene que soportar el embate de los creadores de una nueva tecnología globalizada de espionaje que pretende desembarcar a todos sus agentes especiales con licencia para matar. Asunto que complicará la peligrosa misión de 007.

ESPECTÁCULO CON BUEN PULSO. La fluida puesta en escena de Mendes oscila con buen pulso entre el misterio de algunas buenas secuencias fotografiadas en penumbra (como ocurre con la reunión secreta de Spectre, que recuerda al extraño cónclave al que asiste Tom Cruise en "Ojos bien cerrados" de Stanley Kubrick) y la vibrante espectacularidad de otras, como aquella de la persecución en avioneta a través de una geografía nevada.

A lo largo del relato se va imponiendo una mirada retrospectiva, no solo respecto de las películas previas estelarizadas por Craig, sino también de las más antiguas, de las que hicieron Sean Connery y Roger Moore. Así el villano de turno, Blofeld (encarnado aquí por el austriaco Christoph Waltz), posee características similares a las que ofrecieron Donald Pleasence en "Solo se vive dos veces" (1967) o Charles Gray en "Los diamantes son eternos" (1971).

Inclusive, el villano de apoyo, un individuo grandulón, inexpresivo y mudo (personificado por Dave Bautista), que se enfrenta violentamente a Bond a bordo de un tren en marcha, remite a dos clasicos asesinos del pasado del agente: Oddjob (Harold Sakata), de "Goldfinger" (1964), y 'Mandíbulas' (Richard Kiel), de "La espía que me amó (1977) y "Moonraker" (1979).

La excesiva duración de la cinta hace que su ritmo se resienta un tanto y la parte final tienda a volverse demasiado convencional, sobre todo desde que 007 y Madeleine Swann (incorporada por la atractiva y talentosa actriz francesa Léa Seydoux), como chica Bond que lo acompaña, arriban al complejo refugio criminal de Blofeld. Las nuevas revelaciones del oscuro pasado familiar de Bond y su némesis no aportan nada interesante y la conclusión se se hace previsible. Sin embargo, prevalece la habilidad de realizador para mantener el interés de una saga que, obviamente, sigue en carrera.

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