Los dichos de Jaime Villanueva Barreto, otrora asesor de la suspendida fiscal de la Nación Patricia Benavides, han ocasionado un terremoto político que no veíamos desde el caso “Los Cuellos Blancos” o, si nos ponemos más memoriosos, desde la difusión de los “vladivideos”.

Lo curioso es que más de dos décadas han pasado desde el destape que puso fin al régimen de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, y lo único claro que tenemos es que el modus operandi de las organizaciones criminales que se camuflan dentro de las instituciones del Estado, se ha hecho más especializado.

La defenestración de Benavides Vargas pasando por los congresistas que vendían su voto a cambio de impunidad, ahora ha trascendido -siempre según Villanueva- la lucha fratricida entre los fiscales supremos, los arreglos para ver qué investigación se impulsaba, las filtraciones de información a la prensa y, claro está, el uso de estas informaciones para atacar a quien se consideraba enemigo o al que había dejado de ser amigo.

Estamos frente a un caso más de corrupción en el que un implicado en la trama ha decidido morir matando y dar declaraciones que tienen que ser investigadas. La labor de la fiscalía es encontrar la verdad tras los dichos, pero el trabajo es difícil y mucho más si el delator revela cómo era el manejo al interior de la institución.