Para desgracia de los habitantes de sus países, los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), y de Colombia, Gustavo Petro, han pasado a ser la vergüenza de la región al seguir apoyando al golpista de Pedro Castillo, quien purga prisión preventiva no porque así lo tramaron “la derecha” o “los poderosos”, sino porque ante los ojos del mundo quiso cerrar el Congreso y adueñarse de todo el sistema de justicia, lo cual es un grave delito.

Da vergüenza ajena y algo de risa también, escuchar a AMLO llamar “espurio” al gobierno de Dina Boluarte cuando ella está donde está de acuerdo a la Constitución y, sobre todo, teniendo en cuenta que días antes el mexicano condecoró al impresentable dictador cubano Miguel Díaz Canel, el rostro actual de una tiranía que data desde 1959, en que no existen libertades y el comunismo insiste en mantener a la isla bajo unas botas sucias, hambreadoras y violadoras de derechos humanos.

Para este pobre señor que cree que el Grupo de Río aún existe, Boluarte es una dictadora que se ha metido por la ventana al poder luego de dar un “golpe de Estado” a Castillo, y Díaz Canel es un demócrata. El mundo al revés. Pero AMLO no está solo. En el pedestal de la vergüenza continental también vemos al colombiano Petro, un exguerrillero y pistolero ahora reciclado que acusa de “nazi” a la Policía Nacional del Perú.

Es amigo de su vecino venezolano Nicolás Maduro, pero critica al actual gobierno peruano que tuvo que asumir funciones luego del golpe de Castillo, quien ahora demás tendrá que responder por cargos de corrupción, algo que Petro conoce muy bien tras su paso por la Alcaldía de Bogotá. Qué error tan grave que han cometido los colombianos al poner su país en manos de este personaje que si no es frenado pronto con mecanismos constitucionales, los va a llevar al abismo.

Al ver a AMLO y a Petro convertidos en cómplices de un vil golpista como parte, sin duda, de una ofensiva regional contra quien no está alineado con el “socialismo del siglo XXI”, uno se pregunta cómo mexicanos y colombianos pudieron elegir a estos dos como sus presidentes, pero de inmediato, como peruano, me doy cuenta que puedo reclamarles nada, pues acá elegimos, de lejos, al peor de todos: Pedro Castillo. Mejor quedarse callado.

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