La forma en la que elegimos situarnos frente al niño es crucial para su desarrollo. Las oportunidades que podamos proveerle a los niños que acompañamos, sea como docentes o padres, dependerán de nuestra percepción de lo que es un niño y de lo que necesita para estar bien. A pesar de esto, nos tomamos poco tiempo pensando sobre lo que realmente pensamos sobre los niños.

¿Qué significa ser niño y qué implica esto que llamamos desarrollo infantil? ¿Cómo nos situamos frente a ellos? De acuerdo con la reconocida pediatra y estudiosa de los niños Judit Falk, tenemos principalmente dos formas de entender el desarrollo infantil. La primera, entendiéndolo como un proceso donde el “niño vive activamente”, donde el mismo va conquistando cada uno de sus estadios en sus propios tiempos y nosotros le damos oportunidades para que lo haga. La segunda forma es entendiéndolo como un proceso donde el adulto es el activo y el niño pasivo, donde es el adulto quien tiene que actuar para estimular al niño y llevarlo a “completar lo que le falta aprender”. Cada uno de estos enfoques determina una pedagogía radicalmente diferente.  Cuando reconocemos al niño como un ser que vive activamente, entendemos que, cuando se siente cómodo, querido y acogido, es capaz de interesarse por sí mismo por su entorno. Aprender le es natural, si nosotros le reconocemos activo y protagonista.

Como adultos tenemos muchas ideas preconcebidas de lo que es un “normal”. En palabras de Rudolf Steiner, fundador de la pedagogía Waldorf: “El nivel se considera normal cuando responde a aquello que el adulto espera”. Para acompañar con respeto y sensibilidad a los niños tenemos que reconocer y despojarnos de nuestros prejuicios sobre el desarrollo infantil, para poder darles oportunidad real de expresarse en sus ritmos y formas, mientras nosotros re-descubrimos la vida a través de sus descubrimientos.