Cuando comenzó el confinamiento en el mundo, difícilmente nos imaginábamos que iba a ser tan largo. En marzo en el Perú, teníamos la fantasía de que estaríamos en cuarentena “dos semanas o un mes”. Pero la pandemia ha venido a enseñarnos resiliencia y tolerancia a la frustración, entre muchas otras lecciones. Al inicio, escribimos y leímos muchos artículos sobre cómo manejar nuestra nueva forma de comunicarnos, a veces, 100% virtual. Es recomendable usar cámara, reducir los tiempos –nadie aguanta productivamente 4 horas seguidas en video conferencia– incorporar pausas activas. Aplicar todo esto consistentemente en el mundo laboral adulto ya es difícil ¿qué sucede con los niños y las clases remotas, sea vía Aprendo en Casa o en plataformas virtuales?

Gran parte de los aprendizajes que facilita la escuela tienen que ver con la sociabilización, capacidad de resolución de conflictos, manejo de emociones, regulación emocional, entre otros. En la escuela muchos estudiantes crearán amistades de forma espontánea, pero al pasar a una educación remota, sostener estos lazos o generar nuevos resulta difícil. En un espacio físico, encontramos un sinfín de oportunidades para desarrollar relaciones personales en simultáneo (cuando converso en secreto con un amigo, las miradas cómplices, el ambiente de la clase). Sin embargo, en un grupo virtual la comunicación se vuelve lineal: debo esperar a que termine de hablar el otro para comenzar, perdiendo espontaneidad y oportunidades de aprendizaje o, peor aún, el disfrute.

Mantener una conexión real de forma remota es un reto enorme. Realmente no sabemos cuál es la receta. Necesitamos ir creándola a medida que avanzamos en esta experiencia tan distinta. Son nuestra intuición y afectos los que nos guiarán, para lograr conectar con cada uno y recrear, en algún nivel, la energía vital que sentimos cuando estamos realmente juntos. Con la esperanza de que nunca más nos olvidemos de cuánto nos queremos y necesitamos, y así, cuidarnos mejor.