En el Perú de hoy, muchos actúan como la persona adúltera: declaran amor por su cónyuge, pero tienen citas con su amante. Dicen que aman al Perú, se emocionan con la selección de fútbol; sin embargo, a la hora de cumplir con las reglas de la sociedad, las desconocen, les importa poco o no las cumplen; y con su mal ejemplo hacen que otros repliquen su conducta “sacando la vuelta a la ley”, “porque son vivos”, creando –con su acción– deterioro a la sociedad e incertidumbre ante los ojos del mundo.

Aspiramos prosperidad, no obstante –para cumplir las normas legales– muchos prefieren soslayarlas; o peor, exigen acciones contrarias a la normatividad. Esa actitud crea incertidumbre e irremediablemente aleja al turismo y a la inversión.

El turismo cae cuando impunemente se subvierte el orden interno bloqueando carreteras para hacer ingobernable al país. Las transnacionales cierran sus operaciones cuando les incendian locales bajo el pretexto que los congresistas elegidos, “ya no representan al pueblo”, y porque el Poder Legislativo retrasa su labor, sin mencionar que es boicoteado por una minoría que distorsiona su rol.

Ni los turistas, ni los inversionistas tendrán certidumbre jurídica o confianza con una sociedad que –bajo el subterfugio de ser demócrata– patea el tablero del estado constitucional y democrático de derecho.

Solo cuando entendamos la importancia de ser buenos ciudadanos, respetando la ley, y no deteniendo al país por caprichos ideológicos o por falta de firmeza, podremos generar credibilidad hacia el exterior; y así, brindar el marco de seguridad, imprescindible para mejorar nuestra economía y –lógicamente– para alcanzar mayores niveles de bienestar. Quien no tome este camino, simplemente es enemigo del Perú y condena a las futuras generaciones.

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