El domingo pasado fui miembro de mesa por primera vez en mi vida. Debo confesar que me fastidió mucho salir sorteada, y sospechaba que sería pesado. Efectivamente, luego de haberse ocultado entre nubes casi todo enero, el sol decidió brillar con todas sus fuerzas. Varios colegios no habían prestado sus instalaciones y la ONPE puso pequeñas carpas negras en reemplazo de salones, con el respectivo efecto horno microondas para los miembros de mesa. En mi mesa, llegamos Lorena, segunda suplente y quien escribe a la hora indicada (7:30am). No llegó ningún otro titular (todos jóvenes).

No podíamos abrir la mesa hasta que hubiera 3 miembros. Mientras Lorena y yo nos mirábamos, los electores pasaban, veían la mesa incompleta, y se agazapaban, escondiéndose para no ser llamados. Miraban a lo lejos, prestos para votar, apenas un incauto sea forzado a sentarse por el personal de la ONPE. Felizmente, no tuvimos que forzar a nadie. Cerca de las 9am, apareció Violeta, quien decidió tomar la posta y pudimos abrir la mesa.

Las personas que se habían escondido, rehuyendo su compromiso democrático, se pusieron rápidamente en fila y se comenzaron a quejar de la “demora por instalar la mesa”. Decidimos darles prioridad a los adultos mayores, y nuevamente se quejaron y protestaron indignados quienes no quisieron colaborar. Me llamó la atención la falta de empatía de una persona de 65 años que protestó porque le dimos prioridad a un señor de 85. O el joven que dijo “si hay 5 personas con discapacidad ¿tengo que esperar?” A lo que respondimos: “Aquí sí, amigo.”

Esta experiencia electoral es un reflejo de la actitud que solemos tener como sociedad, donde todos sacamos rápidamente el dedo acusador o el puño. Sin embargo, cuando nos toca poner el hombro realmente, pocos lo asumen. Pasemos de una mentalidad del “hay que hacer patria” al “hagamos patria”.

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