Sin ánimo de asustar a nadie, el rebrote del coronavirus ya asoma sus narices con fuerza en nuestro país, no obstante, el aforo se abre paso inexorablemente en buses, centros comerciales, conglomerados, tiendas por departamentos, restaurantes y hasta iglesias. Las mismas calles son verdaderos mercados persas, en las que todo se compra y todo se vende ad portas de una Navidad que la población le ha encendido las luces de una peligrosa “normalidad”.

Si vale un consejo, es urgente ver el bosque y no solo el árbol. En ese sentido, el gobierno de Francisco Sagasti debe referenciar decisiones como las que ha tomado Angela Merkel en Alemania a propósito de la segunda ola de la pandemia: medidas restrictivas similares a las del inicio de la pandemia, que incluyen reuniones navideñas con un número limitado de familiares. “Estamos obligados a actuar, y actuamos ahora”, dijo la canciller teutona.

Todos apostamos por la reactivación económica, que conlleva puestos de empleo, empero, lo que hizo la mano izquierda no lo puede deshacer la derecha; es decir, ese desbande social en que hemos caído en estos días, llevándonos por delante todo lo andado, debe ser desenchufado de inmediato si no queremos que los hospitales colapsen nuevamente y tengamos que llorar la muerte de otros 36 mil compatriotas. No somos Alemania, pero sí nos ataca el mismo mortal enemigo.

Un detalle vital que se ha roto por la desesperación de hacer compras, como si el mundo se fuese a acabar, es el distanciamiento físico. Parecemos carros chocones y las posibilidades de toparnos con la Covid-19 son mayores si, además, no usamos de manera correcta la mascarilla y le restamos importancia al protector facial. La pronta llegada de la vacuna tendría que motivarnos a un aplauso por la vida.