Si mañana estuviesen oleadas y sacramentadas las vacunas contra la Covid-19, seguramente, el mundo entraría en un grito interminable como parte de una natural explosión de júbilo, pero, de hecho, tampoco faltarían las pugnas entre países por inmunizar cuanto antes a su población y, en esta circunstancia, serían determinantes las negociaciones sostenidas a priori con los diversos laboratorios.

Y junto a este eventual milagro de la ciencia médica, ya hablando del Perú, vendrían los consolidados de toda índole, empezando por la performance del presidente Martín Vizcarra frente a la pandemia, el comportamiento de la población y la imperiosa necesidad de refundar nuestro sistema de salud, que ha sido un festín para el virus por su endeble organización y precaria capacidad de respuesta ante la urgencia.

Individualizando responsabilidades, nadie podría olvidar -por ejemplo- a esos avivatos con uniforme de alto rango de la PNP que se conchabaron para darle gato por liebre a su propia institución con compras sobrevaloradas e inservibles (como las mascarillas de la vergüenza) en plena crisis sanitaria, poniendo en riesgo la vida de los policías con cojones que sí luchan contra el letal enemigo invisible SARS-CoV-2.

O sea, si mañana le bajamos el copete al coronavirus con un pinchazo aniquilador (Sputnik V, la vacuna de Putin, el presidente ruso, sí genera anticuerpos, según la revista médica The Lancet), parte del contento tendría que ser la aplicación sin contemplaciones de una sanción punitiva (cárcel) a aquellos peruanos que le hicieron el juego el hijo de Wuhan, autor de un manto negro desde Tumbes hasta Tacna.

Los sueños son necesarios para la vida.

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