A ver díganme, ¿no somos una sociedad complicada, presta al problema, el desacato y el perjuicio al prójimo? ¿Cómo entender, maldita sea, el disloque, comportamiento suicida y desamor por el país que imperan en esta aciaga coyuntura? Se impone actualizar la frase Vargasllosiana más famosa de Conversación en La Catedral: “¿En qué momento se jodió el Perú (otra vez)?”.

Me explico. En medio del luto por los miles de compatriotas fallecidos por la Covid-19, nuestros políticos atizan la desunión y, lo que es peor, quieren aprovechar el mundanal ruido para viralizar sus apetitos personales. La negación del voto de confianza a Pedro Cateriano ha sido un sí a la cuchipanda, tan asquerosa como la mentada de madre al presidente de la República.

Mientras tanto, en las calles, la gente sigue lanzándose el virus, en una especie de juego mortal en el que la falta de distanciamiento social, las aglomeraciones, las fiestas familiares y la resistencia a los protocolos sanitarios son los vectores que alimentan esta pandemia que ya cobró más de 20 mil muertos, sin contabilizar el subregistro que la ministra Mazzetti intentará aclarar esta semana.

Ahora el Gobierno repartirá, de manera gratuita, protectores faciales a los usuarios del transporte público. Otro gasto estatal, cuando la bioseguridad hace rato que debió empezar a ser inherente al ciudadano para, por extensión, tener a salvo a su familia. Bueno es culantro, pero no tanto. La prioridad es el oxígeno, los medicamentos y las camas en los hospitales.

Y esta falta de compromiso con la salud de nuestro pueblo también se ha puesto en evidencia en los linderos futbolísticos. Hinchas que confunden pasión con infestación y cortejo fúnebre con fuegos artificiales. La pelota también se quitó la mascarilla. No faltaba más. Y así no juega Perú.